Algunas consideraciones en torno al 8M
No faltan motivos para las
movilizaciones feministas.
Las desigualdades de género son más
que manifiestas en el ámbito laboral. Según datos del INE, la tasa
de paro es un 3% más alta para las mujeres (12% de paro entre
varones y 15% entre mujeres a finales de 2019); los empleos a jornada
parcial están ocupados entre tres y cuatro veces más por mujeres
que por hombres; la
brecha salarial sigue siendo una realidad, pudiendo llegar a ser
incluso superior al 25% en actividades financieras o
técnico-científicas, y sólo se amortigua en aquellos sectores de
la economía muy marcadamente masculinizados (construcción y
minería, principalmente).
Pero de igual modo
que los roles de género tienen un papel fundamental en el ámbito
laboral, también siguen teniendo un importantísimo peso en lo
relativo a los cuidados, que recaen de forma aplastantemente desigual
entre las mujeres y los varones. Así, por ejemplo, aunque las
mujeres ocupan menos de la mitad de los los empleos existentes en
España (aproximadamente, el 45% de puestos de trabajo lo ocupan
mujeres), en el ámbito de los cuidados domésticos o en centros
relativos a los servicios sociales ocupan más del 80% de los puestos
(ver tabla en p. 4 del informe publicado por UGT sobre el trabajo doméstico y de cuidados).
De igual modo, los cuidados familiares (tareas del hogar, atención a
niños o enfermos, etc.) recaen con mucha mayor carga sobre las
mujeres.
En resumen: más desempleo, menos salario, más jornadas parciales; mayor carga en las tareas de cuidados, tanto en el ámbito laboral como en el doméstico. Y todo ello sin nombrar la violencia de género y las agresiones sexuales, que siguen siendo una infame realidad cotidiana en nuestra sociedad. Según publica CCOO, sólo en 2018 hubo más de 12.000 casos de agresión y abuso sexual en España (son unos 32 casos diarios), y en 2019 las víctimas de violencia de género fueron más de 120.000; de promedio, una mujer fue asesinada en España por su pareja o expareja cada semana. Son cifras que por sí solas hablan de la monstruosa magnitud de la situación.
Todos estos datos ponen de manifiesto
la situación subalterna de las mujeres en el capitalismo actual. En
efecto, los roles sociales de género distribuyen los papeles,
determinan la realidad material de uno y otro sexo, y delimitan las
posibilidades para unos y para otras.
No es por casualidad que en
los últimos tiempos la derecha cavernaria venga insistiendo en que
la violencia de género no existe, en que el feminismo es parte del
adoctrinamiento progre-marxista-chavista (me pregunto qué es
semejante hidra quimérica) y que las políticas de igualdad son un
chiringuito de la izquierda; una derecha tan ultra en lo social y en
lo moral como neoliberal en lo económico, que se rearma en buena
parte del mundo, y que en España, bajo una u otra marca electoral,
tiene la particularidad de ser heredera ideológica del Franquismo y
de los privilegios y desigualdades que perduraron tras la muerte
del dictador y la transición democrática. Y es que existe una
íntima afinidad entre los intereses del capital y la perpetuación
de las desigualdades de género: que los cuidados domésticos no se
consideren trabajo y que, por tanto, no sean un empleo
remunerado (cuando es, precisamente, el trabajo que permite
reproducir la propia fuerza de trabajo); que exista un sector social, en
gran parte compuesto por mujeres, que se vea abocado a la precariedad
laboral (temporalidad, jornada parcial, baja remuneración, duras
condiciones de trabajo, etc.); que haya una brecha salarial que
permita, de facto, rebajar el sueldo de las mujeres trabajadoras; y
todo ello en un contexto de crisis económica que se ha vuelto
crónica, caracterizada por el empleo temporal y poco cualificado
(primacía del sector turismo y de los servicios), una elevada tasa
de desempleo y bajos salarios que difícilmente permiten afrontar los
costes de vida.
En definitiva, y a pesar de los avances
que se ha podido alcanzar en igualdad, siguen existiendo roles de
género que otorgan a las mujeres un lugar subalterno en el reparto
social de tareas, roles que a su vez perpetúan la violencia de
género y las agresiones sexuales como realidades del día a día. En
suma, sigue habiendo enormes resistencias a que se cumpla la máxima
luxemburguista, según la cual todos y todas "seamos socialmente
iguales, humanamente diferentes y totalmente libres".
No obstante, muchas de las cuestiones aquí planteadas han quedado relegadas a un segundo plano (cuando no, directamente, han desaparecido) para algunos sectores que participan en el 8M, desdibujándose la relación existente entre el orden económico vigente (es decir, el capitalismo) y las desigualdades de género.
Precisamente por todo ello, porque la realidad de las mujeres no puede tomarse a la ligera, (me) parecía conveniente apuntar algunas consideraciones en torno a este 8 de Marzo que sirvan como reflexión sobre algunas cuestiones concretas.
Para entender la relación entre feminismo y marxismo, tal vez sea recomendable esta otra entrada de Cuadernos Improvisados.
1. ¿Día Internacional de la Mujer, o Día de la Mujer Trabajadora?
Hace ya años que el tradicional Día de la Mujer Trabajadora se viene llamando Día Internacional de la Mujer. No apelaré a la cuestión histórica para tratar de convencer a nadie (el origen del Día de la Mujer Trabajadora a comienzos de la década de 1910, su imbricación tradicional con la lucha obrera y su carácter de clase, su nacimiento como conmemoración de la muerte de más de 100 mujeres huelguistas en una fábrica de camisas en Nueva York), y es que, en efecto, no se trata de un problema de Historia o de tradición.
Si se llama Día Internacional de la
Mujer o se llama Día de la Mujer Trabajadora, más allá de las
palabras que empleemos, la cuestión de fondo es de ideario, una
cuestión acerca de desde dónde se analizan los problemas y de cómo
se conciben las soluciones. La desaparición de la palabra
"trabajadora" en las movilizaciones del 8M es un claro
síntoma de cómo los problemas y agresiones que sufren las mujeres
no se conciben relacionados con la estructura económica ni
conectados con la correlación de fuerzas existente entre el capital
y las clases populares.
Se trata de una desvinculación con las
reivindicaciones de clase, palpable en prácticamente todos los
movimientos sociales y en los partidos políticos de la izquierda
oficial, que han hecho diluirse cada vez más las exigencias
tradicionalmente proletarias: trabajo, salario digno, garantías
sociales básicas, etc.
Y es que ésta es, quizás, la primera cuestión que debiera llamar nuestra atención acerca de este 8M (y probablemente sea el motivo de que yo esté escribiendo este texto): la disolución ideológica en casi todas las reivindicaciones sociales, cada vez más descafeinadas, y la dispersión de fuerzas en la izquierda organizada, cuyas demandas no apuntan a las causas profundas de los problemas, sino tan sólo a aquellos síntomas que pueden resolverse sin confrontar con los grandes poderes económicos.
2. De suelos pegajosos y techos de cristal.
Quisiera que quede meridianamente claro el punto de partida desde el que escribo estas palabras. Creo que es innegable que la situación de desigualdad para las mujeres es un hecho, y ello en todos los ámbitos de la vida. En este sentido, la expresión "suelos pegajosos y techos de cristal" hace referencia, por un lado, a las enormes dificultades que tienen las mujeres para despegar de su punto de partida desaventajado frente a los varones y, por otra parte, a la inaccesibilidad de posiciones de responsabilidad y prestigio social. Y ello tanto en el ámbito privado como en el público, en la vida laboral y en otras facetas de la vida, como la personal o la de la militancia activa (un problema recurrente en las organizaciones marxistas, que debiéramos plantearnos, es la sintomática falta de cuadros femeninos).
No obstante, y aunque considero que la
expresión "suelos pegajosos y techos de cristal" es
rigurosamente cierta y, sin duda, muy ilustrativa, también creo que
en cierto aspecto puede desorientar nuestra atención. No olvidemos
que los techos de cristal no son, en modo alguno, el problema
fundamental que afecta a la mayoría de mujeres trabajadoras; son,
por el contrario, el paro y el empleo temporal, mal pagado y
realizado en duras condiciones de trabajo (verbigracia en la rama de
las camareras de piso u otras ramas igualmente precarias). Ni
olvidemos que lo terrible de los suelos pegajosos reside en que
estancan a las mujeres, con frecuencia, en la precariedad laboral y
un rol social subalterno.
Y es que, en mi opinión, la expresión
"suelos pegajosos y techos de cristal" pone más de
manifiesto la añoranza por un ascensor social que parece averiado,
especialmente desde el estallido de la crisis económica de 2008, que
la reivindicación de un mínimum que debe ser garantizado y del que
amplios sectores sociales (entre ellos, gran parte de las mujeres) se
ven privados; lo cual, dicho sea de paso, redunda en cierto aburguesamiento de las demandas sociales.
3. La violencia de género y cómo combatirla.
Sin lugar a dudas, una de las más graves agresiones que sufren las mujeres es la violencia machista (agresiones sexuales y violencia de género, fundamentalmente), una violencia vinculada al sometimiento de las mujeres y a su rol social tradicionalmente secundario frente al del varón.
Se trata de formas de violencia cuya desaparición exige un trabajo a largo plazo de concienciación social, que requiere, entre otras cosas, de mucha pedagogía entre jóvenes y niños, del señalamiento de actitudes machistas que, a menudo, pueden pasar desapercibidas como tales, y, en definitiva y desde luego, de la superación de los roles de género.
Pero ello es imposible sin una
transformación material. Si las mujeres no están en condiciones de
su propia emancipación respecto de los hombres, esto es, si no se
garantiza su independencia económica (derecho al trabajo en
condiciones dignas y bien remunerado, derecho a disfrutar de una
vivienda digna, descarga de las tareas domésticas, etc.) siempre se verán desarmadas frente al
sometimiento machista.
Es cierto que ello no supondría la
solución total del problema (no olvidemos que la violencia de género
se da en todos los estratos y clases sociales, incluidos los sectores
de mayor nivel cultural y económico), pero disponer o no de
autonomía económica (empleo digno, buen salario, etc.) determina si
se puede disponer también de autonomía personal.
Esta idea, sin embargo, no se nombra en los medios de comunicación cuando publican cada nuevo caso de violencia de género, ni forma parte del discurso feminista de la izquierda oficial.
La solución a la violencia de género no reside, por tanto, en la sola concienciación social acerca del problema y de sus gigantescas dimensiones, sino que requiere de medidas concretas que garanticen la independencia de las mujeres respecto de los varones y la superación real de los tradicionales roles sociales de género.
4. Transversalidad, diversidad, interseccionalidad y el 8M.
La orientación
sexual, la autopercepción sexual, la libertad de vivir la
sexualidad, etc., son problemas que tienen intersección con el feminismo, en
la medida en que los roles de género imponen tanto a mujeres como a
varones una determinada forma de vivir la sexualidad y una
determinada "normalidad sexual", conforme a cánones
conservadores (cuando no reaccionarios) hoy por hoy obsoletos.
Pero
si se pone el acento en estas cuestiones y no en la existencia de
roles sociales de género, los cuales imponen, no sólo la forma en
que vivir la sexualidad sino los límites mismos de qué puede una
(o uno) vivir, se está dejando de lado la cuestión central del
feminismo, a saber, la teoría política de cómo operan los roles
sociales de género y cómo combatirlos.
En este sentido, y sólo como apunte, la teoría queer, que defiende la libre autedeterminación del sexo y el género en cada momento de la vida, puede ser muy útil para desestigmatizar a las personas trans, pero no aporta ninguna luz (y sí, quizás, alguna sombra) cuando se trata de analizar los roles sociales de género y la realidad material en la que viven las mujeres, sean o no trans.
5. Los lobbies acechantes: alquiler de vientres y proxenetas.
Dos peligrosas voces se están haciendo hueco entre las reivindicaciones feministas: aquella que propugna la gestación subrogada (mejor llamada "vientres de alquiler") y aquella otra que propone la regulación legal de la prostitución voluntaria.
Lo
primero que debemos señalar es que ni una ni otra defienden derechos
de las mujeres. En todo caso, se pretende que, so pretexto de la
(supuesta) libertad para prostituirse o poner la propia fertilidad en
alquiler, las mujeres garanticen las pretensiones de los varones de
acceder al cuerpo de las mujeres. Esto es, a quien se pretende
ofrecer un nuevo derecho
no es a las mujeres, sino a los hombres que, previo pago, desean
apropiarse de la fertilidad y la sexualidad de las mujeres.
Añadidamente a ello, quienes garantizarían ese nuevo derecho
serían, en un porcentaje aplastantemente mayoritario, mujeres pobres
y en situación cercana a la exclusión social. ¿Quién, después de
todo, pondría su cuerpo en venta sino aquellas mujeres que están en
una situación de enorme necesidad económica?
No por casualidad,
con frecuencia, detrás de esos discursos a favor de la gestación
subrogada y la libre prostitución se encuentran los intereses
económicos de quienes pretenden lucrarse con el "nicho de
mercado" de la trata y la explotación de mujeres.
6. ¿Huelga de mujeres? ¿Huelga de cuidados? ¿Huelga de producción?
En las dos últimas convocatorias del 8M, se lanzó además el llamamiento a una Huelga de Mujeres. Este año, no obstante, no se ha alcanzado un consenso a nivel de todo el Estado para repetir la iniciativa.
Las
dos principales causas que sustentaban esta iniciativa siguen estando
plenamente vigentes. Por un lado, la violencia de género y las
agresiones sexuales siguen presentes en nuestra sociedad, sin haberse
visto frenadas en estos dos últimos años; por otro lado, el trabajo
de cuidados sigue recayendo fundamentalmente sobre las mujeres, y
sigue siendo visto como parte de la vida privada (crianza de niños,
cuidado de enfermos, personas mayores, etc.), por lo que carece tanto de
remuneración como de la consideración de trabajo socialmente
útil.
No obstante, no debemos olvidar que, si bien las
últimas movilizaciones del 8M han sido masivas, sus respectivas
Huelgas de Mujeres no han tenido un respaldo social significativo ni
han servido para agitar acerca de la cuestión. Huelgas que, quizás
planteadas desde cierto utopismo, no fueron respaldadas por las
mujeres a quienes se convocaba, en la medida en que quienes sufren
violencia de género y quienes atienden los cuidados familiares
difícilmente pudieron secundar la convocatoria; huelgas que no
pretendían parar la producción (no se reclamaba el apoyo a la
huelga de los varones) y que, por tanto, no apuntaban al capitalismo
como causa, o, al menos, como una de las causas, de los males que
aquejan a las mujeres (creo que nunca habré insistido suficiente en
la idea de que la causa subyacente es el rol social subalterno que se
da a las mujeres en la sociedad en general y en la producción en
particular); huelgas con las que, al menos de palabra, se ha
pretendido visualizar la enorme importancia del trabajo femenino,
donde "visualizar" equivale a "concienciar", pero
no a "transformar".
Y es que, a mi modesto entender, el problema es que no está claro en qué podría consistir una Huelga de Mujeres (¿es una huelga de cuidados? ¿es una huelga de producción? ¿es, más que una huelga, una protesta por la situación de las mujeres?) ni con qué objetivos se lanza (la huelga, ¿en qué modifica las condiciones de vida de las mujeres?). Cuestiones y confusiones que debieran ser aclaradas de cara a futuro si se pretende repetir la experiencia.
A modo de conclusión.
Es
preciso apoyar, sin reservas, las movilizaciones feministas. Las
reivindicaciones de las mujeres por su independencia económica y su
autonomía personal son plenamente legítimas, y señalan
directamente a las relaciones de producción y a la estructura social
como causantes de su situación subalterna.
Quienes pensamos la
sociedad e intervenimos en ella desde el marxismo, sabemos la
importancia de acumular fuerzas para confrontar con el poderío del
capital, sus aparatos ideológicos de masas y su maquinaria pesada de
concentrar riqueza y expandir pobreza; sabemos también que es
imperativo no retroceder en la batalla ideológica, pese al ideario
cada vez más difuso y descolorido en la izquierda oficial y en los
movimientos sociales, insistiendo en que sólo la lucha de clases, y
no las aspiraciones (o, más bien, ensoñaciones) de clase media,
puede cambiar las condiciones de vida de las mayorías sociales.
Los logros que alcancen las mujeres serán logros para todos y todas, y nos pondrán más cerca de una sociedad más justa, libre y en pie de igualdad.
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