Para un marxismo feminista. Para un feminismo marxista.

17.11.2017

Dos necesidades imperiosas.

Este texto responde, fundamentalmente, a dos inquietudes, dos imperiosas necesidades.

En primer lugar, la necesidad de señalar que en el amplio (y a veces difuso) ámbito de la izquierda, y particularmente en el campo comunista, han pervivido fuertes rastros del machismo/sexismo existente en nuestra sociedad. En ocasiones, ello se manifiesta en las actitudes puntuales de militantes puntuales, pero lo más significativo, lo más sintomático, es que también se manifiesta en los hábitos colectivos y métodos de organización y trabajo. Unas veces de forma más o menos velada, otras veces de forma explícita, los marxistas (léase, fundamentalmente los marxistas varones) no hemos sabido ver y, en consecuencia, no hemos sabido combatir, los roles sociales de género que se instalaban en nuestra acción cotidiana.
En segundo lugar, y de forma más general, este texto responde también a la necesidad de mostrar, no sólo que marxismo y feminismo son conciliables en la teoría y en la prácitica, sino que quedan incompletos si se defienden de manera separada, ora desde un marxismo no feminista, ora desde un feminismo no marxista.

La cruda realidad.

Son numerosos los indicadores económicos que hacen indiscutible la situación subalterna que sufren las mujeres. Una menor renta per cápita que para los varones, mayor tasa de paro entre mujeres que entre varones, mayor número de empleos temporales y en jornada parcial, mayor feminización de aquellas ramas y sectores económicos caracterizados por el empleo precario, etc. Basta con dar un vistazo a las estadísticas oficiales de empleo o salarios distribuidos por género, para comprender que hay una fuerte discriminación para las mujeres trabajadoras. Añadidamente, las tareas relativas a los cuidados y la reproducción de la fuerza de trabajo (crianza de niños, cuidado de personas dependientes, labores domésticas, etc.) siguen recayendo fundamentalmente sobre las mujeres, lo cual supone una enorme dificultad para desarrollar una carrera profesional, así como para dedicar tiempo al desarrollo personal (ocio, actividades culturales, militancia política, etc.).

Y ello, sin hablar de aquella otra forma de violencia sistemática que se ejerce en nuestra sociedad contra las mujeres. Desde el llamado mobbing laboral a la agresión sexual, desde el acoso sexual a la violencia de género ejercida por parejas y exparejas, la vida de las mujeres ocurre en un ambiente que es tremendamente hostil hacia su independencia y su integridad.

El ámbito de la militancia política no es una excepción. Y si bien es verdad que la obligatoriedad de cuotas y de las listas cremallera ha paliado algunos problemas, lo cierto es que el fondo de la cuestión sigue sin resolverse. En las filas comunistas hay un evidente desequilibrio en el número de militantes de base varones y mujeres, y también en el número de cuadros masculinos y femeninos; en ocasiones, resulta evidente una mayor agresividad en el debate si quien toma la palabra es una mujer; las cargas familiares entre militantes también recaen más sobre militantes mujeres que sobre militantes varones.
Nótese, por ejemplo, que si bien resulta posible que un militante varón renuncie a importantes aspectos de su vida personal (familia, pareja, estabilidad laboral, tiempo para sí mismo) en favor del trabajo político, este tipo de esfuerzo supone mayores sacrificios y mayor dificultad para militantes mujeres.
Es preciso comprender que ninguna organización y ningún marxista, sólo en base al hecho mismo de serlo, se hace impermeable a unos roles de género que están presentes en todos los ámbitos de nuestra vida. Flaco favor hacen al marxismo y al feminismo quienes, desde la pose y el postureo, emplean el lenguaje en femenino, pero perpetúan de forma acrítica unos hábitos que excluyen a las mujeres de la vida militante.

Marxismo y feminismo. Un tándem indivisible.

Marxismo y feminismo analizan la realidad bajo el prisma de las relaciones sociales.
De una parte, el discurso marxista analiza las relaciones de producción que se dan en las sociedades capitalistas, constatando que se trata de sociedades basadas en clases sociales: una clase (la tarbajadora) que crea la riqueza, pero que se ve despojada de esa riqueza creada; una clase (la burguesía) que posee los medios de producción, y se apropia de la riqueza en cuya producción no ha participado.
De otra parte, el feminismo analiza las relaciones de género, mostrando que existe una situación subalterna para las mujeres que se impone a través de roles de género, los cuales distribuyen qué lugares habrán de ocupar los individuos, ya los hombres, ya las mujeres, dentro de la sociedad.

Un feminismo que no sea marxista defenderá la igualdad formal entre sexos, pero no reconocerá la situación de la aplastante mayoría de mujeres como parte de la clase trabajadora, para quienes el desempleo y la precariedad laboral son una realidad cotidiana. Ese discurso (y esa praxis política) se centrará en defender el derecho de las mujeres a formar parte de la clase dominante, pero no reconocerá los derechos de las mujeres de la clase dominada.
Así, por ejemplo, el feminismo que pueda sostenerse desde posiciones neoliberales, defenderá la igual capacidad de mujeres y hombres para acceder a cargos directivos de grandes empresas, pero no reconocerá que esas grandes empresas obtienen sus beneficios gracias a una mano de obra explotada y, en muchos casos, femenina.
A la inversa, un marxismo que no sea feminista reconocerá a las mujeres como parte integrante de la clase trabajadora, pero supeditando su condición de género a su situación de clase, de manera que no reconocerá que en el seno del proletariado existen desniveles basados en el género ni que hay toda una serie de problemáticas específicamente femeninas, como son las cuestiones reproductivas (planificación, aborto, anticoncepción y contracepción) y emancipatorias (igualdad real en salarios y oportunidades, desocultamiento de la economía que implican los cuidados domésticos, desenmascaramiento del acoso y la violencia sexuales que a diario sufren las mujeres).

Desde sus inicios, marxismo y feminismo han tenido encuentros y desencuentros en sus posiciones teóricas y en su acción política. Comprender que ambos análisis se llaman el uno al otro, se complementan el uno al otro, se completan el uno al otro, es una de las tareas de nuestro tiempo.
Y pues que el capitalismo no resolverá las demandas de la clase trabajadora ni del género femenino, hoy como hace 100 años, debemos seguir diciendo socialismo o barbarie.

¡Abajo con la esclavitud de la cocina! Viva la nueva vida cotidiana.
Cartel soviético de G. Shegai, 1931.


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