Para un marxismo feminista. Para un feminismo marxista.
Dos necesidades imperiosas.
Este texto responde, fundamentalmente, a dos inquietudes, dos imperiosas necesidades.En primer lugar, la necesidad de señalar que en el
amplio (y a veces difuso) ámbito de la izquierda, y particularmente
en el campo comunista, han pervivido fuertes rastros del
machismo/sexismo existente en nuestra sociedad. En ocasiones, ello se
manifiesta en las actitudes puntuales de militantes puntuales, pero
lo más significativo, lo más sintomático,
es que también se manifiesta en los hábitos colectivos y
métodos de organización y trabajo. Unas veces de forma más o
menos velada, otras veces de forma explícita, los marxistas (léase,
fundamentalmente los marxistas varones) no hemos sabido ver y, en
consecuencia, no hemos sabido combatir, los roles sociales de género
que se instalaban en nuestra acción cotidiana.
En
segundo lugar, y de forma más general, este texto responde también
a la necesidad de mostrar, no sólo que marxismo y feminismo son
conciliables en la teoría y en la prácitica, sino que quedan
incompletos si se defienden de manera separada, ora desde un marxismo
no feminista, ora desde un feminismo no marxista.
La cruda realidad.
Son numerosos los indicadores económicos que hacen indiscutible la situación subalterna que sufren las mujeres. Una menor renta per cápita que para los varones, mayor tasa de paro entre mujeres que entre varones, mayor número de empleos temporales y en jornada parcial, mayor feminización de aquellas ramas y sectores económicos caracterizados por el empleo precario, etc. Basta con dar un vistazo a las estadísticas oficiales de empleo o salarios distribuidos por género, para comprender que hay una fuerte discriminación para las mujeres trabajadoras. Añadidamente, las tareas relativas a los cuidados y la reproducción de la fuerza de trabajo (crianza de niños, cuidado de personas dependientes, labores domésticas, etc.) siguen recayendo fundamentalmente sobre las mujeres, lo cual supone una enorme dificultad para desarrollar una carrera profesional, así como para dedicar tiempo al desarrollo personal (ocio, actividades culturales, militancia política, etc.).
Y ello, sin hablar de aquella otra forma de violencia sistemática que se ejerce en nuestra sociedad contra las mujeres. Desde el llamado mobbing laboral a la agresión sexual, desde el acoso sexual a la violencia de género ejercida por parejas y exparejas, la vida de las mujeres ocurre en un ambiente que es tremendamente hostil hacia su independencia y su integridad.
El
ámbito de la militancia política no es una excepción. Y si bien es
verdad que la obligatoriedad de cuotas y de las listas cremallera ha
paliado algunos problemas, lo cierto es que el fondo de la cuestión
sigue sin resolverse. En las filas comunistas hay un evidente
desequilibrio en el número de militantes de base varones y mujeres,
y también en el número de cuadros masculinos y femeninos; en
ocasiones, resulta evidente una mayor agresividad en el debate si
quien toma la palabra es una mujer; las cargas familiares entre
militantes también recaen más sobre militantes mujeres que sobre
militantes varones.
Nótese, por ejemplo, que si bien resulta
posible que un militante varón renuncie a importantes aspectos de su
vida personal (familia, pareja, estabilidad laboral, tiempo para sí
mismo) en favor del trabajo
político, este tipo de esfuerzo supone mayores sacrificios y mayor
dificultad para militantes mujeres.
Es preciso comprender que
ninguna organización y ningún marxista, sólo en base al hecho
mismo de serlo, se hace impermeable a unos roles de género que están
presentes en todos los ámbitos de nuestra vida. Flaco favor hacen al
marxismo y al feminismo quienes, desde la pose y el postureo, emplean
el lenguaje en femenino, pero perpetúan de forma acrítica unos
hábitos que excluyen a las mujeres de la vida militante.
Marxismo y feminismo. Un tándem indivisible.
Marxismo
y feminismo analizan la realidad bajo el prisma de las relaciones
sociales.
De una parte, el discurso marxista analiza las
relaciones de producción que se dan en las sociedades capitalistas, constatando que se trata de sociedades basadas en clases
sociales: una clase (la tarbajadora) que crea la riqueza, pero que se
ve despojada de esa riqueza creada; una clase (la burguesía) que
posee los medios de producción, y se apropia de la riqueza en cuya
producción no ha participado.
De otra parte, el feminismo analiza
las relaciones de género, mostrando que existe una situación
subalterna para las mujeres que se impone a través de roles de
género, los cuales distribuyen qué lugares habrán de ocupar los
individuos, ya los hombres, ya las mujeres, dentro de la sociedad.
Un
feminismo que no sea marxista defenderá la igualdad formal entre
sexos, pero no reconocerá la situación de la aplastante mayoría de
mujeres como parte de la clase trabajadora, para quienes el desempleo
y la precariedad laboral son una realidad cotidiana. Ese discurso (y
esa praxis política) se centrará en defender el derecho de las
mujeres a formar parte de la clase dominante, pero no reconocerá los
derechos de las mujeres de la clase dominada.
Así, por ejemplo,
el feminismo que pueda sostenerse desde posiciones neoliberales,
defenderá la igual capacidad de mujeres y hombres para acceder a
cargos directivos de grandes empresas, pero no reconocerá que esas
grandes empresas obtienen sus beneficios gracias a una mano de obra
explotada y, en muchos casos, femenina.
A la inversa, un marxismo
que no sea feminista reconocerá a las mujeres como parte integrante
de la clase trabajadora, pero supeditando su condición de género a su situación de clase, de manera que no reconocerá que en el seno del
proletariado existen desniveles basados en el género ni que hay toda
una serie de problemáticas específicamente femeninas, como son las
cuestiones reproductivas (planificación, aborto, anticoncepción y
contracepción) y emancipatorias (igualdad real en salarios y
oportunidades, desocultamiento de la economía que implican los
cuidados domésticos, desenmascaramiento del acoso y la violencia
sexuales que a diario sufren las mujeres).
Desde sus inicios, marxismo y feminismo han tenido encuentros y desencuentros en sus posiciones teóricas y en su acción política. Comprender que ambos análisis se llaman el uno al otro, se complementan el uno al otro, se completan el uno al otro, es una de las tareas de nuestro tiempo.
Y pues que el capitalismo no resolverá las demandas de la clase trabajadora ni del género femenino, hoy como hace 100 años, debemos seguir diciendo socialismo o barbarie.
¡Abajo con la esclavitud de la cocina! Viva la nueva vida cotidiana.
Cartel soviético de G. Shegai, 1931.