Apuntes sobre pandemia y política. Parte III: Cochino capitalismo

31.03.2020

Chaplin - la buena tierra es rica

Quizás recuerden ustedes aquella maravillosa secuencia final del Gran Dictador, en la que el personaje del barbero judío se ve obligado a dar un discurso ante las masas de Tomania suplantando al dictador Astolfo Hynkel; un discurso que no es el del humilde barbero, ni el de un Hitler caricaturizado, sino el del propio Charles Chaplin tomando la palabra.
De esa secuencia, plenamente vigente hoy en muchos aspectos, quisiera rescatar este pasaje (la traducción es mía):

En este mundo hay sitio para todos. La buena tierra es rica y puede proveer a todos. El camino de la vida puede ser libre y hermoso, pero hemos perdido el camino. La codicia ha envenenado el alma de los hombres.

Y es que, en nuestros tiempos modernos, la riqueza que se produce en el mundo es de tales dimensiones que sería posible detener todo el sistema económico durante meses, manteniendo únicamente la actividad necesaria para cubrir las necesidades fundamentales, y que ello no implicase el hambre, la miseria, la escasez, en ningún rincón del planeta.
O, dicho de otro modo, si la riqueza mundial estuviese dedicada a proporcionar bienestar social, en lugar de concentrarse cada vez más en unas pocas manos, las consecuencias económicas de la pandemia podrían ser mucho menores.
Naturalmente, esto no ocurrirá mientras la lógica capitalista rija la economía mundial, es decir, la lógica de obtener un beneficio individual a partir de la riqueza que ha sido producida colectivamente.

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Los recortes en sanidad matan

Uno de los lugares comunes que se repite en los medios de comunicación y en las comparecencias públicas del Gobierno es que el virus afecta por igual a todas y todos, sin distinguir por color político, lugar donde se resida o clase social.
Y es cierto que este virus, puede afectar a un gran empresario y a un desempleado, a ésta y aquélla región del país, a las superpotencias mundiales y los países en bancarrota.

Ahora bien, no harán frente al virus de la misma manera quienes dispongan de recursos económicos personales para prevenir o para tratar el contagio y quienes no dispongan de ellos (condiciones de la vivienda, pago de medicamentos, etc., aparte de que para mí es un enigma a quién se hace en España y a quién no el test de coronavirus). Tampoco se están en las mismas condiciones quienes residen en un país con un potente sistema público de salud, en uno en el que se ha dedicado veinte años a la privatización de los servicios sanitarios y a mermarlos en medios materiales y humanos (como ha ocurrido en España), o en uno de tantos países del mundo en los que nunca hubo algo parecido a un sistema nacional de salud.
Y, ya que hablamos de la sanidad pública, creo que merece particular referencia la situación de las residencias de ancianos que, en este contexto de epidemia, se manifiestan como el problema que son: lugares de cuidados para aquellas personas mayores que, por diversos motivos, no pueden ser atendidas por sus familias, y que en muchos casos se ven relegadas a un encierro bajo la atención del personal sanitario mínimo imprescindible.

En este aspecto, como en otros, los desniveles de clase y la división internacional del trabajo van a traducirse en vidas perdidas que podrían haberse evitado.
En la concepción capitalista del mundo, el sistema nacional de salud sólo puede ser entendido como un negocio que, como tal, debe obtener beneficios económicos (lo cual conlleva que haya pacientes que no puedan afrontar el coste de su enfermedad, o cuyo tratamiento que, por largo o costoso, no resulte rentable el aceptarlo como cliente).
Y eso, por definición, no es un sistema nacional de salud, sino un mecanismo de darwinismo social.

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Necesario UExit

En estos días se ha venido debatiendo, y por un tiempo seguirá en litigio, qué papel debe tomar la Unión Europea frente a la epidemia por coronavirus. Más allá de las legítimas decisiones que puedan tomar los países miembros individualmente, cabría esperar una posición colectiva y una serie de medidas, especialmente en el terreno económico, que orienten la respuesta europea.

Pero no debemos equivocarnos acerca de qué es la UE. Desde sus primeros orígenes, nació como una coalición comercial y aduanera por el libre comercio (Benelux) y por el mercado del carbón y el acero (CECA), y en sus diversas transformaciones, adhesiones y ampliaciones nunca ha dejado de ser una alianza comercial y financiera sin pretensiones de avanzar hacia una unión de naciones o una ampliación de derechos sociales.
Por ese motivo, es decir, porque la UE nunca ha sido otra cosa que la forma administrativa de conciliar y reforzar los intereses capitalistas europeos, la salida a la crisis de 2008 que promovió la UE fue la del recorte en gasto social, la devaluación interna (despidos, bajadas salariales y pérdida de derechos), la del rescate financiero (que nunca fue un rescate sino un secuestro).
También por ese motivo, las medidas que puedan promoverse en el contexto de la pandemia y de sus efectos económicos, no caminarán en la dirección de garantizar el mayor bienestar posible sino en la de imponer los intereses capitalistas por encima de cualquier otra consideración.

Hablar de la Europa de los ciudadanos, u otras expresiones por el estilo, y apelar a la solidaridad y corresposabilidad entre sus países miembros, es una ensoñación que choca frontalmente con la realidad.
Si las clases populares europeas no quieren que crisis tras crisis, problema tras problema, sus condiciones de vida y de trabajo se vean reducidas a escombros, el único camino es desmantelar la Unión Europea.


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