Apuntes sobre pandemia y política. Parte III: Cochino capitalismo
Chaplin - la buena tierra es rica
Quizás
recuerden ustedes aquella maravillosa secuencia final del Gran
Dictador,
en la que el personaje del barbero judío se ve obligado a dar un
discurso ante las masas de Tomania suplantando al dictador Astolfo
Hynkel; un discurso que no es el del humilde barbero, ni el de un
Hitler caricaturizado, sino el del propio Charles Chaplin tomando la
palabra.
De esa secuencia, plenamente vigente hoy en muchos
aspectos, quisiera rescatar este pasaje (la traducción es mía):
En este mundo hay sitio para todos. La buena tierra es rica y puede proveer a todos. El camino de la vida puede ser libre y hermoso, pero hemos perdido el camino. La codicia ha envenenado el alma de los hombres.
Y es que, en nuestros tiempos
modernos, la riqueza que se produce en el mundo es de tales
dimensiones que sería posible detener todo el sistema económico
durante meses, manteniendo únicamente la actividad necesaria para
cubrir las necesidades fundamentales, y que ello no implicase el
hambre, la miseria, la escasez, en ningún rincón del planeta.
O,
dicho de otro modo, si la riqueza mundial estuviese dedicada a
proporcionar bienestar social, en lugar de concentrarse cada vez más
en unas pocas manos, las consecuencias económicas de la pandemia
podrían ser mucho menores.
Naturalmente, esto no ocurrirá
mientras la lógica capitalista rija la economía mundial, es decir,
la lógica de obtener un beneficio individual a partir de la riqueza
que ha sido producida colectivamente.
* * * * *
Los recortes en sanidad matan
Uno
de los lugares comunes que se repite en los medios de comunicación y
en las comparecencias públicas del Gobierno es que el virus afecta
por igual a todas y todos, sin distinguir por color político, lugar
donde se resida o clase social.
Y es cierto que este virus, puede
afectar a un gran empresario y a un desempleado, a ésta y aquélla
región del país, a las superpotencias mundiales y los países en
bancarrota.
Ahora
bien, no harán frente al virus de la misma manera quienes dispongan
de recursos económicos personales para prevenir o para tratar el
contagio y quienes no dispongan de ellos (condiciones de la vivienda, pago de medicamentos, etc.,
aparte de que para mí es un enigma a quién se hace en España y a
quién no el test de coronavirus). Tampoco se están en las mismas
condiciones quienes residen en un país con un potente sistema público de
salud, en uno en el que se ha dedicado veinte años a la
privatización de los servicios sanitarios y a mermarlos en medios
materiales y humanos (como ha ocurrido en España), o en
uno de tantos países del mundo en los que nunca hubo algo parecido a
un sistema nacional de salud.
Y, ya que hablamos de la sanidad
pública, creo que merece particular referencia la situación de las
residencias de ancianos que, en este contexto de epidemia, se
manifiestan como el problema que son: lugares de cuidados para
aquellas personas mayores que, por diversos motivos, no pueden ser
atendidas por sus familias, y que en muchos casos se ven relegadas a
un encierro bajo la atención del personal sanitario mínimo
imprescindible.
En
este aspecto, como en otros, los desniveles de clase y la división
internacional del trabajo van a traducirse en vidas perdidas que
podrían haberse evitado.
En la concepción capitalista del mundo,
el sistema nacional de salud sólo puede ser entendido como un
negocio que, como tal, debe obtener beneficios económicos (lo cual
conlleva que haya pacientes que no puedan afrontar el coste de su
enfermedad, o cuyo tratamiento que, por largo o costoso, no resulte
rentable el aceptarlo como cliente).
Y eso, por definición, no es
un sistema nacional de salud, sino un mecanismo de darwinismo social.
* * * * *
Necesario UExit
En estos días se ha venido debatiendo, y por un tiempo seguirá en litigio, qué papel debe tomar la Unión Europea frente a la epidemia por coronavirus. Más allá de las legítimas decisiones que puedan tomar los países miembros individualmente, cabría esperar una posición colectiva y una serie de medidas, especialmente en el terreno económico, que orienten la respuesta europea.
Pero
no debemos equivocarnos acerca de qué es la UE. Desde sus primeros
orígenes, nació como una coalición comercial y aduanera por el
libre comercio (Benelux) y por el mercado del carbón y el acero
(CECA), y en sus diversas transformaciones, adhesiones y ampliaciones
nunca ha dejado de ser una alianza comercial y financiera sin
pretensiones de avanzar hacia una unión de naciones o una ampliación
de derechos sociales.
Por ese motivo, es decir, porque la UE nunca
ha sido otra cosa que la forma administrativa de conciliar y reforzar
los intereses capitalistas europeos, la salida a la crisis de 2008
que promovió la UE fue la del recorte en gasto social, la
devaluación interna (despidos, bajadas salariales y pérdida de
derechos), la del rescate
financiero
(que nunca fue un rescate sino un secuestro).
También por ese
motivo, las medidas que puedan promoverse en el contexto de la
pandemia y de sus efectos económicos, no caminarán en la dirección
de garantizar el mayor bienestar posible sino en la de imponer los
intereses capitalistas por encima de cualquier otra consideración.
Hablar de la Europa de los
ciudadanos, u otras expresiones por el estilo, y apelar a la
solidaridad y corresposabilidad entre sus países miembros, es una
ensoñación que choca frontalmente con la realidad.
Si las clases
populares europeas no quieren que crisis tras crisis, problema tras
problema, sus condiciones de vida y de trabajo se vean reducidas a
escombros, el único camino es desmantelar la Unión Europea.
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