Apuntes sobre pandemia y política. Parte IV: Ni superhéroes ni filántropos

12.04.2020

Corrupción y monarquía.

Hace un par de semanas, en pleno Estado de Alarma, saltó a la prensa el enésimo escándalo de la familia Borbón. Los medios publicaban que Juan Carlos de Borbón cobró una comisión de 100 millones de euros por la construcción del tren de alta velocidad en Arabia Saudí en 2008, siendo aún rey. Esos 100 millones, cuya obtención sería ilegal para cualquiera que no esté protegido por la figura de la inviolabilidad, habrían pasado por la hermética banca suiza, a través de diferentes testaferros y de la Fundación Lucum, sita en Panamá, paraíso fiscal.

Los asesores de la Casa Real no tardaron en reaccionar. En respuesta a la aparición de esta noticia, Felipe de Borbón publica una nota de prensa anunciando que renuncia a la herencia de su padre y que, además, éste dejará de cobrar la asignación personal de los presupuestos públicos (unos 200.000 euros anuales).
Pocos días después, la televisión emite un mensaje de Felipe de Borbón en el que llama a la tranquilidad frente a la epidemia de coronavirus (no dice una palabra sobre el asunto de los 100 millones o sobre su propio comunicado de prensa), y apela al coraje, siguiendo la misma línea que desde el Gobierno y desde los medios de comunicación tratan de héroes a quienes acuden a sus puestos de trabajo y a quienes siguen el mandato de confinamiento, y hace una particular mención al excelente trabajo de "los profesionales de nuestro extraordinario sistema sanitario".
En el discurso del rey, no obstante, es llamativo el tono paternal que emplea y el modo en el que obvia los desniveles que se ponen de manifiesto con la epidemia: no es por heroísmo que las y los trabajadores se expongan al contagio en sus puestos de trabajo, sino por la necesidad de subsistir de sus salarios, mandatados por una patronal que no ha visto inconveniente en poner en riesgo la salud de sus empleados a fin de evitar la caída de la producción y, por ende, de los beneficios (con el visto bueno del Gobierno, digámoslo ya de paso); ni menciona el hecho de que los fondos públicos que venían financiando ese "extraordinario sistema sanitario", al que alude en su discurso, han sido recortados y desviados al sector privado, para mayor fortuna de algunas grandes empresas (muchas de ellas vinculadas en el pasado con la construcción); sí apela en su discurso a la "solidaridad, especialmente con los más vulnerables, para que nadie pueda sentirse sólo o desamparado", aunque sean palabras que quedan en la pura retórica sin que se pretenda que se conviertan en hechos; llama también a la unidad para enfrentar esta crisis sanitaria, pero sin atender a que, como ya ocurrió en la crisis económica de 2008, habrá unos pocos que obtengan beneficios económicos de la angustia y el infortunio de amplios sectores sociales (¿la unidad de los lobos que van a cenar a la casa de los corderos?).
Finalmente, redundando en esta campaña de propaganda y lavado de imagen, acude al recinto de IFEMA con Martínez Almeida, alcalde de Madrid por el PP, para supervisar la instalación del nuevo hospital de campaña.

El actual rey trata, así, de evitar que su imagen se vea ensuciada y asociada a la corrupción, revistiéndola con una apariencia de solemnidad y de responsabilidad de Estado, en un contexto en el que la preocupación de todo el país y la ingente cantidad de publicaciones sobre la epidemia permiten que la noticia sobre los 100 millones de Arabia Saudí quede diluida y en segundo plano.
Felipe de Borbón no se detiene a explicar que, como hemos conocido por la prensa, él mismo y sus hermanas constan como beneficiarios de la Fundación Lucum, receptora de los 100 millones de euros de Arabia Saudí; no se detiene, en fin, en el hecho de que su fortuna y la de su familia se han levantado sobre actuaciones oscuras, ilegítimas, inviolables.

No obstante, nada de esto es nuevo. Las constantes corruptelas y desmanes de la familia Borbón han sido un secreto a voces, conocido por muchos pero siempre negado en público, que señalaban la enorme fortuna de Juan Carlos de Borbón obtenida durante su reinado y que supera con mucho aquellos últimos 100 millones de euros de los que tuvimos noticia (el New York Times cifra su fortuna en más de 2.000 millones de dólares).

En efecto, la monarquía española no es sólo una institución obsoleta, opaca, impune, que se ha lucrado de forma ilegal desde la sombra, sino que es la máxima expresión del capitalismo español, un capitalismo articulado en torno al tráfico de influencias, a las redes clientelares, a la circulación de cantidades en B y al cobro de comisiones ilegales, en resumen, al uso espurio de las instituciones públicas en una suerte de lobbismo a la española. Hablamos, pues, de la monarquía como la seña de identidad de nuestra democracia desde el período de la Transición, en la que cambiaron los poderes formales (elecciones libres, legalización de los partidos, libertad de prensa, etc.) pero no los poderes materiales (capitalismo de ladrillo y turismo que ha crecido al albur de financiar los intereses privados con medios públicos, estructura caciquil en el medio rural, poder e influencia de la Iglesia Católica, aparatos del Estado dedicados a combatir las reivindicaciones populares), una monarquía que es la reminiscencia de la peor tradición política española, la del "vivan las cadenas", y el borrado de la memoria colectiva de la mejor tradición popular, por la que el pueblo español combatió abiertamente el fascismo durante 3 años de guerra y de forma clandestina a lo largo de otros 40 años de dictadura.

Donatio non petita, accusatio manifesta.

Como sin duda sabrán ustedes, la prensa ha publicado que Amancio Ortega va a realizar una donación económica y en material médico de 63 millones de euros para hacer frente a la epidemia de coronavirus.
A mi entender, se trata de un ejemplo más de cómo la prensa actúa de parte, sin sonrojo, falseando la realidad. Permítanme, en este sentido, aclarar algunas cuestiones al respecto:

En primer lugar, en rigor, no es Amancio Ortega quien realiza dichas donaciones. El dinero no sale de su propio bolsillo (por otro lado, su tren de vida no se vería afectado si así fuese, ya que se estima que su fortuna es de más de 60.000 millones de euros), sino de la Fundación que lleva su nombre. Y es que las fundaciones vinculadas a corporaciones económicas tienen el doble papel de ofrecer toda una serie de ventajas fiscales a la empresa matriz (en IVA, IRPF, impuesto de sociedades, IBI, entre otros), y el de mejorar la imagen de la marca (mejorar su posicionamiento en el mercado, por emplear la jerga empresarial) al aparecer en los medios de comunicación como patrocinadoras de buenas causas.
En este sentido, las donaciones de las grandes empresas son equiparables a otro tipo de inversiones (en tecnología o en publicidad, por poner dos ejemplos), con las que se espera obtener un resultado contante y sonante en los libros de cuentas. Es por pragmatismo, y no por filantropía, que las empresas deciden crear una Fundación y dotarla de fondos.

En segundo lugar, hay algunos datos objetivos que desmienten frontalmente la supuesta generosidad del grupo empresarial de Amancio Ortega: Inditex es la empresa del Ibex 35 con mayor diferencia entre el sueldo más alto y el sueldo medio en su plantilla (455 veces más grande); Inditex es la empresa del Ibex 35 con el sueldo medio más bajo; existen 21 empresas filiales de Inditex reconocidas en paraísos fiscales, que le sirven para eludir el pago de impuestos.
¿Verdad que todo esto no ha tenido tanta difusión como la donación de los 63 millones? Sin embargo todos estos datos son públicos, y están al alcance de todos esos tertulianos verborreicos de la televisión, ya que fueron publicados en octubre de 2019 por Oxfam Intermon.

En tercer y último lugar, cabe que nos preguntemos, supuesto que tan preocupado está Amancio Ortega por la situación provocada por la epidemia de coronavirus, cómo es que Inditex anunció un ERTE para su plantilla, que previsiblemente se iniciaría el próximo 15 de Abril.
¿No será que Amancio Ortega prefiere que, en tanto dura la epidemia, la subsistencia de su plantilla sea costeada por el INEM (fondos públicos) que por la propia empresa? ¿Dónde queda, entonces, la generosidad del propietario de Inditex?
Y, a su vez, ¿es que una empresa que tuvo más de 3.440 millones de beneficio neto en 2019 no tiene otra opción que mandar la plantilla al paro?
¿Y quién, después de todo, produjo toda esa riqueza? ¿Fue Amancio Ortega con sus solas manos, o fueron los y (sobre todo) las empleadas que trabajan para él?

Organización frente al saqueo.

No. Felipe de Borbón o Amancio Ortega no son mejores que cualesquiera otros. Ni filántropos ni superhéroes, aunque la prensa nos los presente como tales. Pero no debemos fallar el tiro: aunque, en efecto, los Borbones, los Amancio Ortega, al igual que otros tantos nombres como los Florentino Pérez y otras tantas sagas familiares como los Botín, se han lucrado sobre la base del latrocinio legal o ilegal, todos ellos no son más que la expresión concreta de una estructura económica, el capitalismo, y de un ordenamiento político y jurídico, la democracia formal que se instauró en la Transición.
No se trata de echar a estos Borbones para que vengan otros a ocupar su lugar, como tampoco se trataba de que Juan Carlos abdicara para que Felipe ostente el mismo cargo actuando del mismo modo; ni se trata de cambiar la abyecta banca española por otra banca, digamos, estadounidense o china, igualmente abyecta que actúa sobre los mismos principios de lucro individual y miseria general. Se trata de transformar la realidad en profundidad: que la economía sea un medio de repartir la riqueza que se produce con el trabajo, y no el mecanismo por medio del cual se concentra cada vez más riqueza en menos manos mientras crecen por todas partes bolsas de exclusión y de pobreza; que el objetivo social sea el desarrollo humano y no el crecimiento económico; que el Estado y sus instituciones garanticen para todas y todos unas condiciones de vida dignas y no de mera supervivencia en el sálvese quien pueda general.

Pero ello no ocurrirá por sí solo. No bastan las buenas intenciones, ni se puede fiar la tarea, que es ingente, a la izquierda institucional, cada vez más descolorida, y que ya ha demostrado que no puede (ni quiere) confrontar con los intereses del capital.
Actualmente, por utilizar la expresión de Noam Chomsky, vivimos en una lucha de clases unilateral, en la que los grandes poderes económicos apenas encuentran resistencias para imponer su agenda. Construir organización, avanzar en el rearme ideológico, en resumen, acumular fuerzas, son las principales tareas de las que debemos ocuparnos.


Ver otras entradas de la colección El mundo va a cambiar de base

¡Crea tu página web gratis! Esta página web fue creada con Webnode. Crea tu propia web gratis hoy mismo! Comenzar