Apuntes sobre pandemia y política. Parte IV: Ni superhéroes ni filántropos
Corrupción y monarquía.
Hace un par de semanas, en pleno Estado de Alarma, saltó a la prensa el enésimo escándalo de la familia Borbón. Los medios publicaban que Juan Carlos de Borbón cobró una comisión de 100 millones de euros por la construcción del tren de alta velocidad en Arabia Saudí en 2008, siendo aún rey. Esos 100 millones, cuya obtención sería ilegal para cualquiera que no esté protegido por la figura de la inviolabilidad, habrían pasado por la hermética banca suiza, a través de diferentes testaferros y de la Fundación Lucum, sita en Panamá, paraíso fiscal.
Los asesores de la Casa Real no
tardaron en reaccionar. En respuesta a la aparición de esta noticia,
Felipe de Borbón publica una nota de prensa anunciando que renuncia
a la herencia de su padre y que, además, éste dejará de cobrar la
asignación personal de los presupuestos públicos (unos 200.000
euros anuales).
Pocos días después, la televisión emite un
mensaje de Felipe de Borbón en el que llama a la tranquilidad frente
a la epidemia de coronavirus (no dice una palabra sobre el asunto de
los 100 millones o sobre su propio comunicado de prensa), y apela al
coraje, siguiendo la misma línea que desde el Gobierno y desde los
medios de comunicación tratan de héroes a quienes acuden a sus
puestos de trabajo y a quienes siguen el mandato de confinamiento, y
hace una particular mención al excelente trabajo de "los
profesionales de nuestro extraordinario sistema sanitario".
En
el discurso del rey,
no obstante, es llamativo el tono paternal que emplea y el modo en el
que obvia los desniveles que se ponen de manifiesto con la epidemia:
no es por heroísmo que las y los trabajadores se expongan al
contagio en sus puestos de trabajo, sino por la necesidad de
subsistir de sus salarios, mandatados por una patronal que no ha
visto inconveniente en poner en riesgo la salud de sus empleados a
fin de evitar la caída de la producción y, por ende, de los
beneficios (con el visto bueno del Gobierno, digámoslo ya de paso);
ni menciona el hecho de que los fondos públicos que venían
financiando ese "extraordinario sistema sanitario", al que
alude en su discurso, han sido recortados y desviados al sector
privado, para mayor fortuna de algunas grandes empresas (muchas de
ellas vinculadas en el pasado con la construcción); sí apela en su
discurso a la "solidaridad, especialmente con los más
vulnerables, para que nadie pueda sentirse sólo o desamparado",
aunque sean palabras que quedan en la pura retórica sin que se
pretenda que se conviertan en hechos; llama también a la unidad para
enfrentar esta crisis sanitaria, pero sin atender a que, como ya
ocurrió en la crisis económica de 2008, habrá unos pocos que
obtengan beneficios económicos de la angustia y el infortunio de
amplios sectores sociales (¿la unidad de los lobos que van a cenar a
la casa de los corderos?).
Finalmente, redundando en esta campaña
de propaganda y lavado de imagen, acude al recinto de IFEMA con
Martínez Almeida, alcalde de Madrid por el PP, para supervisar la
instalación del nuevo hospital de campaña.
El
actual rey trata, así, de evitar que su imagen se vea ensuciada y
asociada a la corrupción, revistiéndola con una apariencia de
solemnidad y de responsabilidad de Estado, en un contexto en el que
la preocupación de todo el país y la ingente cantidad de
publicaciones sobre la epidemia permiten que la noticia sobre los 100
millones de Arabia Saudí quede diluida y en segundo plano.
Felipe
de Borbón no se detiene a explicar que, como hemos conocido por la
prensa, él mismo y sus hermanas constan como beneficiarios de la
Fundación Lucum, receptora de los 100 millones de euros de Arabia
Saudí; no se detiene, en fin, en el hecho de que su fortuna y la de
su familia se han levantado sobre actuaciones oscuras, ilegítimas,
inviolables.
No obstante, nada de esto es nuevo. Las constantes corruptelas y desmanes de la familia Borbón han sido un secreto a voces, conocido por muchos pero siempre negado en público, que señalaban la enorme fortuna de Juan Carlos de Borbón obtenida durante su reinado y que supera con mucho aquellos últimos 100 millones de euros de los que tuvimos noticia (el New York Times cifra su fortuna en más de 2.000 millones de dólares).
En efecto, la monarquía española no es sólo una institución obsoleta, opaca, impune, que se ha lucrado de forma ilegal desde la sombra, sino que es la máxima expresión del capitalismo español, un capitalismo articulado en torno al tráfico de influencias, a las redes clientelares, a la circulación de cantidades en B y al cobro de comisiones ilegales, en resumen, al uso espurio de las instituciones públicas en una suerte de lobbismo a la española. Hablamos, pues, de la monarquía como la seña de identidad de nuestra democracia desde el período de la Transición, en la que cambiaron los poderes formales (elecciones libres, legalización de los partidos, libertad de prensa, etc.) pero no los poderes materiales (capitalismo de ladrillo y turismo que ha crecido al albur de financiar los intereses privados con medios públicos, estructura caciquil en el medio rural, poder e influencia de la Iglesia Católica, aparatos del Estado dedicados a combatir las reivindicaciones populares), una monarquía que es la reminiscencia de la peor tradición política española, la del "vivan las cadenas", y el borrado de la memoria colectiva de la mejor tradición popular, por la que el pueblo español combatió abiertamente el fascismo durante 3 años de guerra y de forma clandestina a lo largo de otros 40 años de dictadura.
Donatio non petita, accusatio manifesta.
Como sin duda sabrán ustedes, la
prensa ha publicado que Amancio Ortega va a realizar una donación
económica y en material médico de 63 millones de euros para hacer
frente a la epidemia de coronavirus.
A mi entender, se trata de un
ejemplo más de cómo la prensa actúa de parte, sin sonrojo,
falseando la realidad. Permítanme, en este sentido, aclarar algunas
cuestiones al respecto:
En
primer lugar, en rigor, no es Amancio Ortega quien realiza dichas
donaciones. El dinero no sale de su propio bolsillo (por otro lado,
su tren de vida no se vería afectado si así fuese, ya que se estima
que su fortuna es de más de 60.000 millones de euros), sino de la
Fundación que lleva su nombre. Y es que las fundaciones vinculadas a
corporaciones económicas tienen el doble papel de ofrecer toda una
serie de ventajas fiscales a la empresa matriz (en IVA, IRPF,
impuesto de sociedades, IBI, entre otros), y el de mejorar la imagen
de la marca (mejorar su posicionamiento en el mercado, por emplear la
jerga empresarial) al aparecer en los medios de comunicación como
patrocinadoras de buenas
causas.
En
este sentido, las donaciones de las grandes empresas son equiparables
a otro tipo de inversiones (en tecnología o en publicidad, por poner
dos ejemplos), con las que se espera obtener un resultado contante y
sonante en los libros de cuentas. Es por pragmatismo, y no por
filantropía, que las empresas deciden crear una Fundación y dotarla
de fondos.
En
segundo lugar, hay algunos datos objetivos que desmienten
frontalmente la supuesta generosidad del grupo empresarial de Amancio
Ortega: Inditex es la empresa del Ibex 35 con mayor diferencia entre
el sueldo más alto y el sueldo medio en su plantilla (455 veces más
grande); Inditex es la empresa del Ibex 35 con el sueldo medio más
bajo; existen 21 empresas filiales de Inditex reconocidas en paraísos
fiscales, que le sirven para eludir el pago de impuestos.
¿Verdad
que todo esto no ha tenido tanta difusión como la donación de los
63 millones? Sin embargo todos estos datos son públicos, y están al
alcance de todos esos tertulianos verborreicos de la televisión, ya
que fueron publicados en octubre de 2019 por Oxfam Intermon.
En tercer y último lugar, cabe
que nos preguntemos, supuesto que tan preocupado está Amancio Ortega
por la situación provocada por la epidemia de coronavirus, cómo es
que Inditex anunció un ERTE para su plantilla, que previsiblemente
se iniciaría el próximo 15 de Abril.
¿No será que Amancio
Ortega prefiere que, en tanto dura la epidemia, la subsistencia de su
plantilla sea costeada por el INEM (fondos públicos) que por la
propia empresa? ¿Dónde queda, entonces, la generosidad del
propietario de Inditex?
Y, a su vez, ¿es que una empresa que tuvo
más de 3.440 millones de beneficio neto en 2019 no tiene otra
opción que mandar la plantilla al paro?
¿Y quién, después de
todo, produjo toda esa riqueza? ¿Fue Amancio Ortega con sus solas
manos, o fueron los y (sobre todo) las empleadas que trabajan para
él?
Organización frente al saqueo.
No.
Felipe de Borbón o Amancio Ortega no son mejores que cualesquiera
otros. Ni filántropos ni superhéroes, aunque la prensa nos los
presente como tales. Pero no debemos fallar el tiro: aunque, en
efecto, los Borbones, los Amancio Ortega, al igual que otros tantos
nombres como los Florentino Pérez y otras tantas sagas familiares
como los Botín, se han lucrado sobre la base del latrocinio legal o
ilegal, todos ellos no son más que la expresión concreta de una
estructura económica, el capitalismo, y de un ordenamiento político
y jurídico, la democracia formal que se instauró en la
Transición.
No se trata de echar a estos Borbones para que vengan
otros a ocupar su lugar, como tampoco se trataba de que Juan Carlos
abdicara para que Felipe ostente el mismo cargo actuando del mismo
modo; ni se trata de cambiar la abyecta banca española por otra
banca, digamos, estadounidense o china, igualmente abyecta que actúa
sobre los mismos principios de lucro individual y miseria general. Se
trata de transformar la realidad en profundidad: que la economía sea
un medio de repartir la riqueza que se produce con el trabajo, y no
el mecanismo por medio del cual se concentra cada vez más riqueza en
menos manos mientras crecen por todas partes bolsas de exclusión y
de pobreza; que el objetivo social sea el desarrollo humano y no el
crecimiento económico; que el Estado y sus instituciones garanticen
para todas y todos unas condiciones de vida dignas y no de mera
supervivencia en el sálvese
quien pueda
general.
Pero
ello no ocurrirá por sí solo. No bastan las buenas intenciones, ni
se puede fiar la tarea, que es ingente, a la izquierda institucional,
cada vez más descolorida, y que ya ha demostrado que no puede (ni
quiere) confrontar con los intereses del capital.
Actualmente, por
utilizar la expresión de Noam Chomsky, vivimos en una lucha
de clases unilateral,
en la que los grandes poderes económicos apenas encuentran
resistencias para imponer su agenda. Construir organización, avanzar
en el rearme ideológico, en resumen, acumular fuerzas, son las
principales tareas de las que debemos ocuparnos.
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