Contra la obsolescencia programada
El problema
de fondo no reside en que las cosas se fabriquen bajo un cálculo de
vida útil, una fecha de caducidad artificial más allá de la cual el
producto del trabajo se vuelve inservible, lo que sin duda redunda en el
beneficio de la empresa fabricante; tampoco que el tiempo, esfuerzo e
investigación invertidos en obsolecer
el producto sean colocados en el precio de dicha mercancía como parte
de los costes totales de producción, repercutiendo al final en el
bolsillo del incauto comprador; y ni siquiera es que estemos
construyendo gigantescos basureros de material deliberadamente
desechable, a la vez que saqueamos los recursos limitados en aras de una producción que quiere ser infinita.
Una especie de progreso hacia la nada, ¿no es así?
El
problema que de veras me espeluzna es que la obsolescencia programada
nos instala a todos en una lógica repugnante, muy a pesar nuestro, de
amor incondicional y completamente irreflexivo por lo nuevo, reluciente,
recién comprado. Aunque eso que acabamos de comprar sea una auténtica
porquería.
Cochino capitalismo.
HR Giger, Homenaje a S. Beckett II, 1968, óleo sobre madera