Fútbol y geopolítica
Aquí va mi apuesta: Brasil ganará el Mundial de Rusia de 2018.
Entendámonos. No es que yo sepa un
carajo sobre fútbol. De hecho, no me pidan que diga el nombre de uno
o dos jugadores relevantes de las principales selecciones que
participan en el Mundial. De veras que no tengo ni la menor idea del
asunto.
Es más. No me pregunten qué es un pichichi,
a quién premian con el balón de oro,
ni cómo funciona exactamente el fuera de juego.
Tampoco tranten de explicármelo; sencillamente son cosas que no me
interesan lo más mínimo.
Lo que
sí tengo claro es que el mundo del fútbol responde a un
conglomerado de intereses económicos y políticos.
De ahí que,
en nuestro país, siniestros personajes de negocios sean los
presidentes de casi todos los clubes; la Liga Española de Fútbol
cosecha tantos triunfos internacionales a causa de las cantidades
obscenas de dinero que mueve, y que encierran un enorme fraude fiscal
y vaya usted a saber qué otros inconfesados negocios (¿o creen que
Florentino Pérez preside el Real Madrid por amor al deporte?).
De
ahí, también, que exista la tendencia de que gane el Mundial,
casualmente, la nación que más necesita un revulsivo moral para
hacer admisible una situación socialmente inadmisible, o que precise
de hacerse un nombre en el panorama económico y político
global.
Por poner un par de ejemplos de ello: la victoria de la
Selección Española en 2010, en el contexto de una brutal crisis
económica que desestabilizaría enormemente el país; o el más
famoso caso, la victoria de Argentina sobre Inglaterra en 1986, en
plena dictadura genocida, que sirvió de contrapeso moral a la
derrota en las Malvinas.
El fútbol es, en mi opinión, un arma de la geopolítica mundial, utilizada para apaciguar el descontento social y aglutinar a las masas en torno a los conceptos reaccionarios de Patria y unidad nacional, así como un medio para que los medios de comunicación nos familiaricen con este o aquel país y lo coloquen en la escena de la política global (así, en efecto, que el próximo Mundial se vaya a realizar en Qatar; o que España fuese sede del Mundial en 1982, mientras se preparaba su entrada en la OTAN y en la Comunidad Europea).
Por
ello, mi apuesta inicial: Brasil como próximo Campeón del Mundo. La
situación de cuasi-golpe de Estado de Michel Temer contra el Partido de los
Trabajadores de Lula da Silva y Dilma Rousseff, la puesta en marcha de
medidas involutivas y antisociales, el alineamiento con EE.UU. y sus intereses en América Latina, etc., y el malestar social que
ello está suponiendo, hacen que Brasil necesite el apaciguamiento
que proporcionaría la victoria en el Mundial de Fútbol.
Mi
segunda opción es, por motivos parecidos, que Argentina gane el
Mundial. La política regresiva de Mauricio Macri, la vuelta al redil
del FMI y del Banco Mundial, pueden hacer que el gobierno argentino
necesite un aglutinante social que haga más digerible el retorno de
las políticas neoliberales.
Por el lado opuesto, España ya ha
sido social y políticamente estabilizada, y está fuera de toda duda
que no habrá gobierno alguno que ponga en entredicho el orden
capitalista global; Alemania, Italia o Reino Unido tampoco requieren
de la victoria actualmente, sus economías están razonablemente
saneadas (léase, neoliberalmente saneadas) y no hay en ellos una situación
de descontento social. Quedan, desde ese punto de vista, descartados
como aspirantes a ganar el Mundial.
Es evidente, sin embargo, que quizás Brasil no gane el Mundial de Rusia. E incluso, si lo hace, no habrá quedado demostrada mi hipótesis. Pero nótese que lo interesante en este breve texto, lo verdaderamente relevante, no es quién gane el Mundial, sino la idea de que el fútbol, lejos de ser un deporte, es una herramienta de control social en la geopolítica capitalista.
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