La crisis vino para quedarse
Ha
transcurrido ya más de una década tras la gran crisis económica
iniciada en 2007. El capital internacional había estado alimentando
una burbuja inmobiliaria durante años. Se crearía, así, un círculo
aparentemente
virtuoso: la sobreproducción en el sector de la construcción daba
lugar al ingente consumo de viviendas e inmuebles; el sobreconsumo
provocaba un aumento de los precios (eso que llamamos especulación,
y que es inherente a la mecánica del capitalismo); el aumento de los
precios producía un aumento del crédito que permitía costear
aquellos precios hinchados; el aumento del crédito permitía
relanzar la sobreproducción inmobiliaria. Y de ahí, de vuelta al
comienzo del círculo.
Cuando el consumo fue incapaz de crecer al
ritmo con el que crecían la producción y los precios, el mercado se
saturó de inmuebles que no serían adquiridos por nadie, lo que
provocó la aparición de ingentes deudas, primero en el sector
inmobiliario y, posteriormente, en el resto de sectores de la
economía que habían crecido a costa de endeudarse; el propio sector
bancario estaba trufado de créditos que había concedido y que ahora
no podía cobrar; por fin, la deuda que este ciclo había generado
eran de tal magnitud que se provocó, en cadena, la crisis económica
mundial más importante desde el crack del 29.
[Nota al pie:
confiamos en la complicidad del lector para pasar por alto la gran
simplificación con la que hemos bosquejado el círculo de la burbuja
inmobiliaria.]
La crisis no fue resultado del azar, ni de un error en los cálculos económicos. El funcionamiento del propio capitalismo puso en marcha un mecanismo, primero, de crecimiento y, después, de destrucción que, alimentándose internamente, terminó por arrasar la economía mundial, desde el capital financiero a la economía doméstica.
1. La crisis que vino.
Las
consecuencias de la crisis no tardaron en dejarse notar en las
principales economías del mundo durante el año 2008. Para España,
la situación fue especialmente cruenta, ya que era una economía que
había participado fuertemente en su propia burbuja inmobiliaria y
enormemente débil ante la sacudida que llegaría.
La tasa de
desempleo se disparó, alcanzando su punto máximo en el año 2013,
que superó durante meses el 20%; una bajada general de salarios,
consecuencia de la destrucción de millones de puestos de trabajo y
favorecida por las reformas laborales
de 2010 y 2012; la transferencia de las ingentes deudas generadas por
la banca y el sector inmobiliario en deuda que se saldó con dinero
público, hecho acompañado de unos recortes enormes en el gasto
social y en los servicios públicos.
La situación se convirtió
en desesperada para millones de familias trabajadoras, que vieron
cómo perdían sus empleos o se les bajaba el sueldo frente a unos
elevados costes de vida, suponiendo para muchos el desahucio de sus
casas por no poder hacer frente al pago de sus hipotecas. La pobreza
se instalaba en millones de hogares, mientras inmensas fortunas se
acumulaban a gran velocidad en unas pocas manos.
Esos
años de crisis económica, particularmente de 2009 a 2014, fueron de
una dureza enorme para la mayor parte de las clases populares, y muy
especialmente para los sectores
y capas más
vulnerables de nuestra sociedad.
Entre los sectores
más afectados por la crisis se encontraban: los jóvenes que no
habían alcanzado aún un trabajo estable, llegando a una tasa de
desempleo que superó el 50%; las y los desempleados de más de 50
años, que se veían orillados al paro de larga duración y atrapados
en la enorme dificultad de encontrar un nuevo puesto de trabajo; las
mujeres, cuya renta media y sus condiciones medias de trabajo siempre
han estado por debajo de la media para los varones; la población
migrante, que ocupaba empleos más volátiles.
Las capas
sociales más golpeadas por la crisis fueron, principalmente, aquella
parte de la clase trabajadora con empleos de baja cualificación, que
fue masivamente expulsada del mercado de trabajo, y la mal llamada
clase media, esto es,
aquel sector de la clase trabajadora con empleos más estables y
sueldos más acordes a los costes de vida, así como los dueños de
pequeños negocios y empresas familiares, que vieron sus condiciones
de vida fuertemente mermadas, quebrándose su sueño de tener un
lugar próspero y acomodado en la economía capitalista (pues en eso
consiste ser clase media:
no en una realidad objetiva, sino en una mera ensoñación
cuidadosamente inducida). Esto es, hablamos de la casi totalidad de
la clase trabajadora y de los estratos bajos de la pequeña
burguesía.
No obstante, debemos recordar que, aunque la crisis
llevó a la quiebra a algunas grandes empresas y entidades
financieras, sus consejos de dirección y propietarios se aseguraron
millonarias indemnizaciones y generosos retiros, indemnes frente a
los estragos que la crisis estaba provocando.
[Nota al pie: nótese
que, cuando aquí hablamos de capas
sociales, nos referimos a cómo la crisis afectó a las clases
sociales y a los diferentes estratos en los que éstas se componen,
siendo la clase trabajadora (aquella que vive de su salario) la que
más duramente pagó la crisis; por el contrario, hablamos de
sectores sociales
cuando nos referimos a grupos poblacionales, en este caso, integrados
en la propia clase trabajadora, que más se vieron afectados.]
2. La crisis que se quedó.
Ante la situación, de creciente emergencia social durante aquellos años, las economías capitalistas de todo el mundo no dudaron en tomar cartas en el asunto. Pero no lo hicieron para paliar los estragos que se estaban produciendo. Mientras los líderes mundiales hablaban de la necesidad de "refundar el capitalismo sobre una base ética" (así lo expresaron Obama y Sarkozy al inicio de la crisis), se preparaba la mayor oleada de políticas neoliberales, digna de los tiempos de Reagan y Thatcher.
En España, la
ofensiva neoliberal se tradujo, por un lado, en una nueva legislación
laboral, mucho más favorable a la patronal, que facilitaba el
despido, la "flexibilidad" (esto es, la disponibilidad del
trabajador para atender las necesidades de la empresa) y bloqueaba la
negociación colectiva de las condiciones de trabajo; añadidamente,
se retrasó la edad de jubilación hasta los 67 años y se
modificaron los cálculos y tiempos de cotización, dificultando el
acceso a las pensiones.
Por otra parte, se produjo un
importantísimo reajuste en el mercado de trabajo, hacia condiciones
laborales mucho más precarias (temporalidad, contratos a jornada
parcial y bajos salarios como las tres señas de identidad del empleo
en España, condiciones que afectan de forma aún más acentuada a
las mujeres trabajadoras). Así, por ejemplo, grandes empresas que
habían aumentado sus beneficios durante la crisis decidieron sacar
partido de la situación del mercado de trabajo con despidos masivos
en sus plantillas (fueron el caso de Telefónica y de Banco
Santander).
Simultáneamente, se puso freno a las políticas de
redistribución de la riqueza, empeorando las condiciones del
subsidio de desempleo y otras ayudas sociales; también se tradujo en
la modificación del artículo 135 de la Constitución, dando
prioridad al pago de las deudas provocadas por la crisis frente a las
necesidades sociales; facilitando la baja tributación por parte del
capital y las grandes fortunas, toda vez que se profundizó la
privatización de los servicios públicos y de conciertos con el
sector privado, que ya venía realizándose desde los años 90. Por
último, y más recientemente, se ha tratado de poner en jaque a las
pensiones públicas.
Cabe
destacar que casi todas estas medidas de ajuste social
durante los años de crisis fueron perpetradas bien por el PSOE, bien
por el PP, bien en un acuerdo entre ambos y con el apoyo de las
derechas regionalistas (el PNV y la antigua CiU, principalmente).
Todas estas medidas ya habían sido prescritas, décadas atrás,
por la patronal o por instituciones próximas a los intereses de la
banca. En efecto, ninguna de estas agresiones contra los derechos
consolidados era resultado de la crisis, ni estaba pensada para
paliar el enorme daño que estaban sufriendo las clases populares. Se
trataba de estrategias para conducir la sociedad hacia un modelo
neoliberal, ya ideado desde los años 80 (y antes) del pasado siglo;
estrategias que permitiesen relanzar el capitalismo a costa de las
condiciones de trabajo y de vida de las mayorías sociales.
3. La izquierda exigua y el nuevo gobierno del PSOE.
Llevamos décadas de retrocesos políticos, situación que ha conducido a un fuerte desarme ideológico en las fuerzas políticas de la izquierda, en España y en el mundo. Por una parte, la desaparición de la URSS con la perestroika y la liquidación de las repúblicas socialistas alineadas con (pero independientes de) la Unión Soviética, particularme la RDA y la República de Yugoslavia, causaron una gran crisis en el campo comunista y abrieron el terreno para una ofensiva capitalista de enorme magnitud. Por otra parte, el campo social-demócrata que, incapaz de articular una alternativa al capitalismo, fue paulatinamente separándose del marxismo y abrazando la doctrina neoliberal, verbigracia en un Felipe González afirmando en 1979 que "hay que ser socialista antes que marxista".
[Nota al pie: cabe que nos preguntemos qué socialismo pueda ser ese, que se siente ajeno al marxismo; un socialismo sin socialismo, un no-socialismo, en definitiva.]
Hablamos,
pues, de un panorama político que fue desplazándose más y más
hacia la derecha a medida que transcurrían los años: un PCE,
transubstanciado desde el año 1986 en Izquierda Unida, más próximo
a planteamientos reformistas y marcadamente electoralista (y a día
de hoy, absorbido en Podemos y más alejado que nunca del análisis y
la acción política marxistas); un PSOE instalado en posiciones
social-liberales, propias de aquel socialismo sin socialismo, al que
debía de referirse Felipe González.
Pasados los años, y al
albur de la crisis económica (y con la inestimable ayuda de los
medios de comunicación privados), nace Podemos, fuerza que
inicialmente reclama "la superación del eje izquierda-derecha"
y pretende aglutinar a todos los sectores
afectados por la crisis en torno a la recuperación del anhelado
estatus de clase media,
dando por obsoleta la ideología marxista y su análisis de la
sociedad en términos de lucha de clases.
En este contexto de izquierda exigua, y bajo el telón de fondo de la crisis que se quedó, recientemente el PSOE ha logrado desplazar al PP del gobierno, en una situación de minoría en el Congreso, pero con la intención de recuperar el terreno. Para ello, sus primeras propuestas de gobierno ofrecen gestos hacia el electorado de izquierdas, gestos que serán tanto más teatrales, meramente mediáticos, cuanto más confronten con los intereses del capital o, si se prefiere, a la inversa, que serán tanto más reales, cuanto menos afecten a los beneficios capitalistas en un marco social y económico fuertemente neoliberalizado.
Así,
por ejemplo, cabe esperar que este gobierno del PSOE afronte algunas
de las más acuciantes cuestiones de género, desde medidas para la
protección a mujeres que sufren maltrato, hasta la modificación del
código penal contra la violencia de género; o campañas más o
menos efectivas, más o menos efectistas, contra el techo
de cristal que impide el acceso
a cargos relevantes para las mujeres. Más dudosamente, no obstante,
se afrontarán aquellas situaciones en los que se intersectan las
cuestiones de género y las de clase, como, por ejemplo, las que
empujan a un gran número de mujeres a trabajar en los sectores de la
economía más precarizados, esas mismas que tienen que ver con los
roles de género, entre los que destaca la abrumadora feminización
de los cuidados.
También es probable que aumenten las partidas de
gasto público en temas de carácter social, por ejemplo, devolviendo
el acceso universal y gratuito a los servicios de salud (p.e.:
universalidad de la tarjeta sanitaria); más improbable parece que se
revierta el ciclo de privatizaciones y conciertos de los servicios
públicos que, dicho sea de paso, el propio PSOE puso en marcha en
los años 90.
Y más improbable es aún que se tomen medidas hacia
el aumento del salario mínimo interprofesional (no olvidemos que en
los últimos años ha habido una fortísima caída de los salarios),
hacia la recuperación de salarios frente a los beneficios de las
empresas, o se suban las prestaciones públicas de desempleo (ello
empujaría, indirectamente, al alza de los salarios). En este mismo
sentido, si se llega a modificar algún aspecto de la última Reforma
Laboral (recordemos que la penúltima reforma la llevó a cabo el
PSOE en 2010), será en lo relativo a los empleos más estables, sin
que ello modifique el actual marco de relaciones laborales,
fuertemente neoliberal ya establecido, que se caracteriza por los
bajos salarios, la temporalidad de los contratos y la volatilidad de
los derechos laborales. Ello parece indicar, y algunas declaraciones
de Pedro Sánchez lo refuerzan, que el principal aspecto que se
modificará sobre la Reforma Laboral sea la recuperación de la
negociación colectiva en las empresas, esto es, la negociación de
las condiciones de trabajo entre sindicatos y patronal.
Se han
anunciado otras medidas, y el tiempo nos dirá cuán en serio podemos
tomarlas. Entre ellas está, por ejemplo, la retirada de las infames
concertinas en la valla de Melilla y la vuelta a la política de
"ayuda en origen", que pretende contrarrestar los flujos
migratorios (especialmente, los provenientes de África) creando una
mejor situación en los países de origen y tránsito de dichos
flujos. De nuevo, se trata de aplicar políticas de gasto público
que pretenden mejorar las condiciones de vida, pero que no confrontan
con los intereses del capital ni con el marco social y económico
neoliberal establecido con la crisis.
Otra medida plausible es la
recuperación de uno de los planes del antiguo gobierno de Rodríguez
Zapatero, que se vio paralizado con el estallido de la crisis: la
creación de un cinturón industrial basado en la I+D+i,
particularmente en el desarrollo de energía verde;
una medida que, sin duda, podría mejorar las condiciones de vida y
de trabajo para muchas personas, pero que basa su posibilidad de
éxito en alimentar los intereses del capital, y, sólo de forma
subsidiaria, los de las mayorías sociales.
En
último lugar, y a modo de conclusiones para este texto, queremos
señalar la necesidad de que la izquierda se reencuentre consigo
misma. La necesidad de que el análisis político se realice en torno
al antagonismo entre el capital y el trabajo, y no en torno a las
aspiraciones de clase media,
ni desde la tibieza frente al neoliberalismo. De ello dependerá que
la exangüe izquierda recupere el aliento o que, por el contrario,
acentúe su progresivo desvanecimiento.
La crisis que
vino para quedarse, esto es, el
cambio de modelo económico y social, de corte neoliberal, impuesto
por los intereses del capital bajo la coartada de la crisis, puede
revertirse; pero para ello es imprescindible la recomposición de la
izquierda y el rearme ideológico, marxista, con el que confrontar
con el capital.
Ver otras entradas de la colección El mundo va a cambiar de base