La fe y la duda
(Unos apuntes breves contra el dogmatismo)
Quienes viven y actúan desde la fe
tienen prohibido dudar. Lejos de concebir la duda como parte
necesaria en el proceso de pensar, para ellos la duda es un signo de
flaqueza, cuando no, directamente, de traición a los principios y
valores que dicen defender.
La fe no admite dudas, sólo admite
obediencia: la obediencia al líder, al catecismo, a la doctrina
oficial, a la jerarquía establecida. Dudar de ellos, poner a prueba
las creencias que sostienen, es entendido como un acto de herejía
que debe ser corregido de inmediato.
Así la condena a la hoguera
para Miguel Servet o Giordano Bruno; así el catálogo de libros
prohibidos por la iglesia católica [las minúsculas son
intencionadas]; así las formas de pensamiento, filosóficas y
científicas, consideradas inmorales y perniciosas por la fe.
Sobre esta base no sólo se ha
construido la terca cerrazón religiosa, sorda a toda forma de
razonabilidad, sino también numerosas formas de organización
social y política: la obediencia al cacique de turno, al liderzuelo
de medio pelo, que no convencen a nadie salvo cuando convencen por la
fuerza.
Formas de ejercer el poder, en cualquier caso,
reaccionarias, incluidas aquellas de apariencia democrática pero
que no dejan de fomentar la involución política e ideológica: las
tan cacareadas primarias en los partidos políticos, que confirman a
los rostros más televisivos, conocidos y de moda; las encuestas, los
sondeos de mercado, las estimaciones de intención de voto,
procedimientos más pensados para conducir dócilmente a la opinión
pública que para conocerla; los refrendos populares, siempre
acompasados con enormes campañas mediáticas nada desinteresadas que
deberían hacer despertar nuestras sospechas.
La libertad y el pensamiento que se ejerce libremente son, en efecto, dos peces escurridizos muy difíciles de atrapar. Pero ello no debiera inducirnos a pensar que el dogma de fe es preferible a la duda.
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