We the PIIGS
Recientemente se ha publicado un artículo en The Times en el que se venía a caricaturizar la forma de vida de las y los españoles. Entre tópicos de toreros y folclóricas, el artículo de Chris Haslam aparecido en el The Sunday Times pretendía hacer un retrato cómico de las costumbres españolas. Perezosos, maleducados, impuntuales, son algunos de los adjetivos que el artículo ofrece.
Cómo ser español
Habla como un soldado, bebe vino frío y deja siempre tu plato vacío, viene a rezar el titular de Chris Haslam.
Más allá de que se trate de una sátira por completo exagerada, y más allá de las críticas que dicho artículo ha provocado en España (como, por ejemplo, con las respuestas por twitter de Cristina Cifuentes o de Íñigo Errejón, que salieron al paso para defender, cada cual, a su propio segmento del electorado), sí hay algo muy relevante en todo este asunto, pero que ha pasado por completo desapercibido, y es que Haslam parte, de forma implícita, de la distribución social de los roles en Europa (lo que desde el marxismo llamamos la división internacional del trabajo): una Europa Central, compuesta fundamentalmente por Francia, Alemania y Reino Unido; y una Europa Periférica, compuesta por los llamados países PIIGS y por los empobrecidos países del Este que pertenecieron al antiguo Bloque Soviético.
Twit de Íñigo Errejón, en el que hace referencia a los valores progresistas de tolerancia y respeto, otorgándoles un "primer puesto", y a una supuestamente elegida (¿?) y supuestamente positiva (¿?) prolongación de la joranada de trabajo, la de más horas semanales, según dice, en toda la Unión Europea.
Nosotros los PIIGS
La expresión PIIGS tiene su sentido en
un juego de palabras. Por un lado hace referencia, por las siglas en
inglés, a los países de esa Europa Periférica (PIIGS = Portugal
Irlanda Italia Grecia España) y, por otro lado, estas siglas tienen la resonancia
de la palabra "pigs", cerdos en inglés.
Cuando
se habla de los PIIGS, se habla de economías de segunda categoría
frente a aquella Europa Central, economías caracterizadas por tener
poca industria, escaso desarrollo tecnológico, una supeditación
financiera con la banca alemana y británica, y un mercado de trabajo
de bajos salarios y empleos temporales.
No obstante, esas economías cerdas cumplen un papel en la división internacional del trabajo. Son economías hechas a la medida y de acuerdo a las necesidades de las economías centrales europeas.
En los países PIIGS no fabricamos
coches, ni electrodomésticos, ni maquinaria industrial; nuestra
economía está orientada a comprar lo que se produce en Alemania,
Francia y Reino Unido, donde se manufacturan todos esos productos.
En
los países PIIGS no tenemos alta tecnología, pues el papel de una
fuerte I+D+i queda reservado de nuevo para Alemania, Francia y Reino
Unido.
En los países PIIGS no tenemos una política industrial
propia, sino que aceptamos el papel que la división internacional
del trabajo nos ha dado.
En los países PIIGS no tenemos una
política exterior propia, asumimos los intereses internacionales de
los países de la Europa Central y EE.UU.
No deja de tener cierta
ironía que quienes nos han otorgado un papel de segunda categoría,
nos regalen los oídos calificándonos de países cerdos,
precisamente por haber aceptado el rol que ellos mismos nos
impusieron.
La expresión PIIGS empezó a emplearse
tras la crisis financiera iniciada en 2007. En efecto, con el
estallido de la crisis, el modelo desequilibrado con el que se había
construido la economía de la UE (economías centrales vs. economías
periféricas) puso en jaque a Portugal, Irlanda, Italia, Grecia y
España, y con ello, a las finanzas de toda la UE.
Pero lo cierto
es que la economía española ya era una economía cerda
desde hacía mucho tiempo. Debemos remontarnos a los años 80, cuando
coincidieron tres acontecimientos muy relevantes para nuestro país:
la entrada en la OTAN (digámoslo de paso, tras una fraudulenta
actuación del PSOE), que marcaría nuestra agenda internacional
desde entonces; la incorporación a la Unión Europea (entonces
Comunidad Económica Europea) y la posterior entrada en el euro; la
desindustrialición, sarcásticamente llamada entonces reconversión
industrial, e impuesta
precisamente como condición para nuestro ingreso en la CEE.
Una
triple coincidencia nada casual, que tendría, a su vez, un triple
efecto: la asunción de los interes de EE.UU. como intereses propios,
especialmente en lo que afecta a la política exterior, bajo la
bandera de la OTAN; la aceptación de ser una economía periférica,
subsumida en los intereses de los países centrales de la CEE (hoy,
UE); la inclusión de España en la agenda neoliberal iniciada por
Reagan y Thatcher.
(Nota al pie: si bien para el resto de países
PIIGS estos acontecimientos, a saber, la entrada en la OTAN y en la
CEE y la desindustrilización, ocurrieron en otro orden y de otra
manera, lo relevante es que ese triple efecto resultó idéntico para
todos ellos)
Lumpen-desarrollo
Desde entonces, nuestra economía es parte de los PIIGS, y lo es por mandato de las potencias económicas de nuestro entorno. El único matiz es que entonces, en aquellos años 80, la aceptación por parte de España de ser una economía cerda se veía como un gran paso adelante; hoy, sin embargo, en el escenario de una crisis que vino para quedarse, los países PIIGS son vistos como un lastre para el desarrollo de la UE.
Y de aquellos
barros, estos lodos. Como consecuencia de aquellas decisiones tomadas en los
años 80, la economía española hoy se caracteriza por la carencia
de una industria potente, la centralidad del turismo como motor
económico y el eterno retorno de la especulación inmobiliaria,
siendo la consecuencia de todo ello la preponderancia del empleo
temporal y los bajos salarios.
Es la lumpen-burguesía y el
lumpen-desarrollo, por emplear la expresión de Andre Gunder Frank,
si bien él aplicaba estos términos para hablar de las economías en
América Latina, dedicadas a satisfacer los intereses de las
potencias neocoloniales, con EE.UU. a la cabeza.
Capitalismo de segunda categoría,
lumpen-desarrollo, o economía cerda.
Lo llamemos como lo llamemos, no es la burguesía de las economías
PIIGS quien padece las consecuencias, sino la clase trabajadora. Ello
se comprueba, por ejemplo, al examinar la llamada brecha social, esto
es, la distancia entre ricos y pobres, que se hace más y más grande
con el paso de los años.
Según publica Oxfam Intermón en su
informe Premiar el trabajo, no la riqueza (presentado
el pasado mes de enero, y cuyos documentos se pueden consultar en su página web), la
brecha social es mayor que nunca y sigue en aumento.
- El
año pasado, en datos mundiales, se alcanzó un máximo histórico en
el número de personas cuyas fortunas superan los mil millones de
dólares, con un nuevo milmillonario cada dos días.
- El numero
de milmillonarios hoy está en torno a los 2.000 en todo el mundo; de
ellos, nueve de cada diez son hombres.
- El 82% del crecimiento de
la riqueza mundial durante el último año fue a parar a manos del 1%
más rico, mientras que la del 50% más pobre de la población
mundial no aumentó lo más mínimo.
- Con esa riqueza acumulada
se podría acabar siete veces con la pobreza extrema mundial.
- En
España, entre 2006 y 2010, el 90% del aumento de la desigualdad se
debe a la caída de los salarios y la pérdida de empleo.
Sobre este mismo asunto, en septiembre del año pasado, el
diario Público lanzó esta noticia en la que se habla de la economía española:
«La
brecha social crece con 58.000 nuevos ricos y 1,4 millones de pobres
en cuatro años»
Quizás ahora podemos comprender que la crisis iniciada en 2007 no fue un episodio pasajero. Por un lado, fue consecuencia del funcionamiento mismo del capitalismo: de la sobreproducción, ciega a las necesidades sociales y sorda a los límites reales del consumo; de la especulación, que eleva los precios muy por encima de los costes de producción; la conjunción de ambos, sobreproducción y especulación, que sólo se hacía viable a través de un desorbitado endeudamiento y un consumo desaforado (cuando el consumo no pudo seguir creciendo conforme crecían la producción y los precios, fue cuando estalló la crisis, un estallido que fue tanto más virulento en la medida en que fueron descubriéndose voluminosísimas deudas que se volvieron imposibles de saldar). En lo que toca a España y Europa, la crisis de 2007 fue también, por otra parte, un efecto derivado de la división internacional del trabajo, con países centrales y países cerdos (en efecto, y no por casualidad, la crisis afectó mucho más a España y Grecia que a Alemania y Reino Unido).
La crisis significó la consolidación de un modelo que ya estaba en marcha desde los años 80, con el que se pretende liquidar el llamado Estado social (derechos laborales, protección social y servicios públicos), en favor de un Estado neoliberal en el que la desaparición de las políticas redistributivas favorece la acumulación de más y más riquezas en pocas manos, de modo que la creciente miseria es un efecto directo de una creciente opulencia.
El ataque a los servicios públicos llevado a cabo en los últimos años, principalmente sanidad y educación, aunque también otros servicios como la limpieza viaria o la recogida de basuras, el servicio postal, la administración pública, la justicia, etc.; la manifiesta desprotección en la que se encuentra buena parte de la clase trabajadora española, arrojada al paro de larga duración o a pasar de un empleo temporal a otro y siempre con un salario insuficiente para afrontar los costes de vida; los recortes en gastos sociales, que podrían haber evitado la aparición de bolsas de exclusión social. Son sólo algunos ejemplos de la imposición del Estado neoliberal, que viene a dejar sin efecto capítulos enteros de nuestra Constitución.
Socialismo o barbarie
En este contexto, las condiciones de vida de las y los trabajadores no mejorarán por sí solas. De nada valen llamamientos a la rebeldía (digámoslo de paso, llamamientos cada vez más vacíos y descoloridos políticamente) si no es sobre la comprensión de cuál es la realidad, la comprensión de por qué los males que padecemos son consecuencia necesaria del modelo económico que se erigió hace décadas y de la estructura capitalista europea y mundial. De nada vale agitar añoranzas por recuperar un estatus de clase media, el cual nunca pasó de ser un espejismo cuidadosamente inducido. De nada sirve apelar a "la casta", "la trama" o a "la unidad popular" (expresiones tan pomposas y grandilocuentes como falsarias y vacías de contenido) si no se pone sobre la mesa un plan de redistribución de la riqueza, que ponga fin a la creciente pauperización de amplias capas sociales en nuestro país, y la recuperación de la soberanía en política económica y política exterior.
Y para lograr esa recuperación de la soberanía, hablamos, necesariamente, de la socialización de
la economía, empezando por la nacionlización de los sectores
estratégicos: transportes, telecomunicaciones, energía y banca.
Sólo sobre esa base es posible construir una economía que salga de
los estrechos límites impuestos a España por los países de Europa
Central y por los intereses geoestratégicos de Estados Unidos. Sólo
así es posible evitar la profundización de la crisis y su
cronificación, así como el estallido de nuevas crisis de
sobreproducción en años venideros.
De cualquier otro modo,
estaremos condenados a ser un país cerdo
para una Europa cerda
y una política internacional cerda,
en el contexto de una economía política global cerda.
Se trata, como venimos repitiendo una y otra vez, de la inviabilidad de un capitalismo que empuja a más y más sectores sociales a la pobreza y la exclusión; se trata de que la acumulación de ingentes riquezas sólo puede tener lugar sobre la base de crear enormes bolsas de marginalidad y pobreza; se trata, en fin, de asumir la dicotomía luxemburguista socialismo o barbarie.
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