Cartas a Lili (V)
Querida Lili:
A veces las cosas ocurren de la manera
más inesperada, ¿no es así?
Esta noche he soñado contigo, y ha
sido un sueño bonito
y triste
y extraño.
Era como volver a la época en la que
nos conocimos, cuando teníamos 20 años. Y aunque en el sueño todo
era igual, también era todo distinto. Soñar contigo me ha hecho
recordar muchas cosas de aquel tiempo. Nuestros encuentros fortuitos
en los pasillos de la facultad; las mañanas, antes de las clases, en
las que coincidíamos en la cafetería; nuestras visitas al Mémoires
du cinéma con Lana y Armand.
Cada vez que estaba contigo había como mariposas de colores
flotando en el aire, como una luz especial que lo inundaba todo. Sé
que también tú podías sentirlo de algún modo. Quizás
recuerdes aquella mañana, en la que me viste en la librería Visor.
Supongo que yo estaba hojeando algún poemario, probablemente de
Benedetti o tal vez de Oliverio Girondo. Tú te acercaste, sonriendo.
Tenía mono de verte,
me dijiste. Pero yo no supe qué responderte, porque nunca antes me
habían dicho algo parecido. Siempre tenías la capacidad de dejarme
descolocado, desarmado, tan sólo con tus palabras. Eso era
algo que me fascinaba de ti.
Lástima que, por entonces, yo fuese
un idiota, más idiota aún de lo que lo soy ahora. Quizás por eso
nunca llegó a ocurrir nada entre tú y yo. Quizás, también, porque
tú preferías tener conmigo un amor naïf, como un niño que
nunca juega con su canica favorita por miedo a que pierda su brillo.
Qué sé yo.
Y en mi sueño de esta noche volvía a
haber esa especie de juego de colores en el aire, esa sensación como
de magia con el solo roce de tu mano. Pero en el sueño me decías
que no, que entre tú y yo no podría ocurrir nada.
Si trato de
darle algún significado a mi sueño, supongo que querría poder amar
de nuevo como te amaba a ti con 20 años. Y supongo también que sé
que eso no puede ocurrir. Vienen a mi cabeza aquellos versos de
Leonard Cohen, I'm crazy for love / but I'm not coming on
/ I'm just paying my rent everyday / in the Tower of Song.
No te negaré que sigo teniendo nostalgia de ti, nostalgia de
nosotros, nostalgia de aquel tiempo maravilloso en el que todo era un
aprendizaje y una experimentación.
Me pregunto qué pensarían
aquellos dos jóvenes que fuimos acerca de en qué nos hemos
convertido. Si somos dignos continuadores de sus juegos, de sus
aspiraciones, de sus preguntas sin respuesta y de sus respuestas sin
pregunta; o si, más bien, no nos habremos convertido en dos
versiones estropeadas de aquello que podríamos haber llegado a ser.
Creo que es difícil lograr hacer algo que valga la pena en una
sociedad de aspirantes a clase media, en la que todo se supedita a
obtener algún beneficio y en la que todos somos medidos en función
de las posesiones materiales que logramos acumular. Y quizás por eso
éramos tan especiales, tú y yo, cuando teníamos 20 años. Porque
nos negábamos a aceptar el infame imperativo social de búsqueda del
falso éxito y la falsa riqueza. Una estudiante de filología y un
estudiante de filosofía, no precisamente candidatos a depredadores
de Wall Street.
Ya ves, querida Lili, el debate idiota
que mantengo conmigo mismo. Y verás también que tan sólo se trata
de pensamientos vagabundos, cuadernos improvisados que voy
construyendo sin seguir plan alguno. Nada que tenga gran importancia.
Y así es como te escribo. Tal vez sólamente un pretexto para
hablarte y mantener, así, un puente tendido hacia ti, por encima de
la distancia y la ausencia; tal vez también, lo admito, por
verbalizar estos pensamientos que me pueblan y con los que necesitaba
sincerarme.
Después de todo, y al contrario de lo que se suele
creer, la vida no deja de ser un interminable aprendizaje. Poco a
poco uno va aprendiendo a amar, a pensar, a respirar. Uno va
aprendiendo a habérselas con las cosas y a habérselas consigo
mismo. Nada que ver con la idea de que uno se forma de una vez y para
siempre, nada que ver con la idea de que el aprendizaje termina con
la llegada de la vida adulta y la asunción de responsabilidades.
Nada que ver, en fin, con la idea pútrida, capitalista,
instrumental, de que todo lo que uno aprende tiene que servir a un
fin económico.
Quizás te parezca gracioso. En los
últimos meses he vuelto al Mémoires du cinéma.
Están pasando un ciclo de cine fantástico y de terror. Nosferatu
de Murnau (fotogramas tintados
en amarillo, rosa y azul). La bella y la bestia
de Cocteau. La última ha sido aquella adaptación del Extraño
caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde
de 1931, El hombre y el monstruo
(enésima aparición de la tocata y fuga en D minor
de J. S. Bach).
Y el Mémoires
está igual que siempre. La misma sala de paredes negras; las mismas
butacas gastadas, muchas de ellas vacías en la mayoría de
proyecciones; incluso en la ventanilla para la compra de las entradas
está el mismo taquillero, sólo que algo más viejo. Pero junto a mi
asiento siempre hay un asiento vacío. Tú no estás, ni tu mano toma
mi mano en la oscuridad de la sala. Tampoco están Lana y Armand. Ya
ves, es como en mi sueño. Todo está igual pero todo es distinto.
Las cosas, querida Lili, a veces oscurren de la forma más inesperada. En ocasiones, un sueño puede remover muchas cosas dentro de uno.
Tuyo, Ýan.
Anterior Carta a Lili / Siguiente Carta a Lili
Ver otras entradas de la colección Dos series: Insomne y Cartas a Lili