Cartas a Lili (IV)
Querida Lili:
No sé bien por qué te escribo. Pero sé que necesitaba escribirte. Será simplemente que te hecho en falta. Será que deseo tanto poder verte y hablar contigo. Hace demasiado tiempo de este largo silencio, de esta larga ausencia. A veces aún te imagino entrando por la puerta, como hacías, sonriente, apareciendo casualmente una mañana de domingo, o cuando pasabas de improviso por el barrio. A veces, durante mucho tiempo, casi podía verte, casi podía tocarte, al mirar de soslayo un espejo, al doblar un esquinazo de cualquier calle. Te imaginaba apareciendo en cualquier lugar. Siempre estabas allí. De algún modo sigues estando.
He hablado contigo en sueños tantas
veces. O quizás no eran exactamente sueños, sino una especie de
insomnio que se parecía
mucho a un sueño muy profundo. Y tú me hablabas, y era como si
nunca te hubieras marchado. Todo era como siempre fue, como nunca
debió dejar de ser: Lili y Lana, inseparables.
Aunque no
siempre eran sueños agradables. Tanto te he añorado, tanto he
querido traerte de vuelta. Me llevó mucho tiempo el poder decirte
adiós. Me llevó mucho tiempo el asumir tu ausencia y digerir mi
culpa.
Pero el tiempo pasa, querida Lili, la
vida va pasando. Tu sobrina ya es casi una mujercita. En ocasiones
veo en ella cosas de ti. Ciertos gestos, cierta manera de expresarse,
que me recuerdan mucho a ti. A veces le hablo de su tía Lili, de lo
mucho que la querías, y ella me sonríe con esa sonrisa que es tan
tuya, tan suya. Y es extraño, porque es como si hubieras dejado una
pequeña parte de ti en ella.
Hace unos días quiso que le
enseñara las viejas fotografías familiares, y con cada una me pedía
que le explicase quiénes son las personas que aparecen. Las pocas
fotos que tenemos de papá y mamá, las de las vacaciones de verano
cuando éramos pequeñas, o las de los años de la universidad. Me
pidió que le regalase una, esa en la que salimos las tres
disfrazadas de brujas. Creo que ella debía de tener cuatro años.
Pero el tiempo va pasando. Mis recuerdos están tan ligados a ti. Me acuerdo de cuando éramos jóvenes, e íbamos a ver películas antiguas en aquel pequeño cine, el Mémoires du cinéma, ¿te acuerdas? Del infame Gabinete del Doktor Caligari a 8 ½ de Fellini; del Séptimo sello al Mago de Oz o a Alicia en el país de las maravillas. Creo que nunca he visto tanto cine como en esa época. ¿Recuerdas el día que conocimos a Ýan y Armand? Íbamos a comprar nuestras entradas para El sentido de la vida, de los Monty Python, y ellos se acercaron para preguntarnos a qué hora comenzaba la sesión, tan sólo un pretexto (uno no especialmente elaborado) para entablar conversación con nosotras. Desde entonces ya no fuimos dos. Éramos siempre los cuatro quienes íbamos al Mémoires para ver aquellas formidables películas. Les tenías enamorados a los dos. Pobres idiotas. Maravillosos idiotas. Quién sabe, es posible que también estuviesen enamorados de mí, aunque de otra forma. Fueron unos años maravillosos.
Ciao cara. Tu hermana, que te
adora.
Lana.
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