Un problema filosófico: movimiento y dialéctica (II)

12.06.2018

Materialismo, dialéctica y dinámica.

En un post anterior, hablábamos del movimiento como concepto filosófico, y de las dificultades teóricas que entraña. Presentábamos la identidad y la transformación como problemas en la historia de la filosofía, desde la Antigüedad: Heráclito, Parménides, Aristóteles.
Ello nos condujo a hablar de la concepción hegeliana de la dialéctica, en la que una Razón preexistente vendría a realizarse (vendría a hacerse realidad) en la historia a través de la serie fichteana tesis-antítesis-síntesis. Apuntábamos, también, que la dialéctica hegeliana implica una concepción teleológica de la historia, pues para Hegel es el proceso de despligue de la Razón, y no la materialidad histórica, la que determina cada etapa, cada avance y cada giro.

Sobre esa base, apuntamos entonces que, para Marx y Engels, la historia es un proceso en permanente transformación, que debe ser teorizado sobre la necesidad de invertir la dialéctica hegeliana.

Dialéctica y dinámica en la historia.

El movimiento es un elemento central en Marx. Sin movimiento no hay proceso histórico posible; no hay transformación; no hay etapas de la historia; no hay, en fin, paso del capitalismo al socialismo.
Marx necesita poder explicar los procesos históricos en una concepción dinámica de la historia, esto es, no como algo que ocurre de manera fortuita (del feudalismo surge el capitalismo, y no cualquier otra cosa), sino como el resultado necesario de la realidad material. El movimiento dialéctico, y más particularmente el concepto hegeliano de contradicción, le permiten dar ese salto: en el feudalismo ya está presente el germen de su propia destrucción (el germen, si se quiere, de su propia negación), a saber, la aparición paulatina de la burguesía en las ciudades que se hará hegemónica a medida que avance el medievo; y el auge de la burguesía implica la progresiva imposición de un nuevo modo de producción (a saber, el modo de producción capitalista) muy distinto al existente en los sistemas feudales, y que ya desde el comienzo, también él, lleva en su seno el germen de su propia destrucción: la transformación de múltiples capas sociales en las ingentes masas de la clase proletaria, cuyo único medio de vida es el trabajo asalariado, y cuyo ascenso se convierte en una amenaza para la perpetuación del propio modo de producción capitalista.

En efecto, en la concepción marxista de la historia hay una clara inspiración en la dialéctica hegeliana, que se hace presente a lo largo de toda la producción teórica de Marx y Engels. Ahora bien, ello no significa que Marx y Engels fiaran la solidez de su pensamiento a la dialéctica. Por el contrario, todo el trabajo de investigación de Marx durante décadas, lejos de basarse en postulados hegelianos, fue un arduo y minucioso estudio que, en cierta medida, significó el nacimiento de la sociología como ciencia.
Un largo trabajo sustentado, por un lado, en la crítica de la economía política, no como una supuesta ciencia general de las leyes económicas, ni como una suerte de doctrina pragmática para la acumulación de riquezas, sino como teoría sistematizada del modo de producción capitalista; y, por otra parte, en la historia, no como saber universal de los hechos pasados y la sucesión de fechas y acontecimientos, batallas y reinados, sino como el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones de producción, esto es, en definitiva, como el desarrollo de la lucha de clases.
Nada, por lo demás, de reducir la economía y la historia a las célebres triadas (tesis - antítesis - síntesis); nada de postular negaciones y la negación de la negación; nada de la Razón realizándose en la historia.

En el trabajo teórico de Marx y de Engels es la realidad material la que determina cada fase, y no un modelo abstracto preestablecido y teolológico, como sería la dialéctica hegeliana. Así, en efecto, cada sistema social, cada período, se definen por el grado de desarrollo de las fuerzas productivas y por las relaciones de producción; así también la historia, cuyo movimiento nunca fue preestablecido (de ahí que Marx y Engels analicen el modo de producción capitalista y no un futuro sistema socialista), sino que viene determinado por las relaciones internas (las contradicciones) que se dan en cada época.
Nada es eterno, ni tan siquiera el capitalismo; todo es transitorio.

Un dinamismo no-hegeliano.

La dialéctica es, por tanto, una herramienta teórica que emplean Marx y Engels para entender el dinamismo propio de la historia. No obstante, cabe señalar las dificultades que entraña el concepto mismo de materialismo dialéctico. Piénsese que la dialéctica (en Hegel) es pura forma, una suerte de molde vacío en el que viene a insertarse la historia, produciéndose así sus avances y retrocesos, sus sobresaltos, sus períodos de transición. En este sentido, hablar de materialismo dialéctico puede sonar incongruente, como si habláramos de una especie de materialismo formalista (¿cómo podría ser posible semejante híbrido?).
Y precisamente en ello consiste la "inversión de Hegel" que Marx y Engels reclaman: tomar cuanto la dialéctica tiene de dinamismo, sin verse forzado a tomar también todo lo que tiene de teleológico (preexistencia del fin de la historia), idealista (preexistencia de la Razón), formalista (preexistencia de las triadas).

Así, leemos a Engels:

«las causas últimas de todas las modificaciones sociales y las subversiones políticas no deben buscarse en las cabezas de los hombres, en su creciente comprensión de la verdad y la justicia eternas, sino en las transformaciones de los modos de producción y de intercambio; no hay que buscarlas en la filosofía, sino en la economía de las épocas de que se trate.»

[Anti-Dühring, Sección tercera, II Cuestiones teóricas, Editorial Progreso, Moscú, p. 264.]

Aunque Hegel aparece nombrado (y defendido) en varias ocasiones a lo largo del Anti-Dühring, no hay en todo el texto algo parecido a la Razón desplegándose en la historia, o las triadas (tesis - antítesis - síntesis) que fijen de antemano el curso de la historia, sino únicamente el desarrollo de los modos de producción y de intercambio, que determinan la realidad material, los sistemas morales y, en fin, todo el orden social existentes en cada época.

Hablamos, por tanto, de una historia puesta sobre su base material, en permanente transformación. Las clases sociales, los modos de producción, las fuerzas productivas, etc. no preexisten a la historia, sino que es el dinamismo de los procesos históricos lo que hace que surjan y desaparezcan en la historia.
Por ese motivo, y en esa medida, la irreconciabilidad entre las clases sociales, así como las contradicciones entre el modo de producción capitalista y las relaciones de producción, permiten a Marx y Engels entenderlas como relaciones dialécticas y antitéticas, pues implican tanto una mutua oposición como el dinamismo que las hará caducar, pero sin que haya en la lucha de clases algo parecido a una dialéctica del amo y el esclavo como la que establece Hegel.

Así, la dialéctica, una vez puesta sobre la base material o, si se prefiere, puesta sobre sus pies (y no cabeza abajo), representa la mutabilidad de los tiempos, la caducidad de todas las cosas, el cambio de base al que se alude en la letra de la Internacional ("el mundo va a cambiar de base / los nada de hoy todo han de ser").
También así entiende Bertold Brecht la dialéctica: como el paso por el cual los dominados toman la palabra y convierten el jamás en hoy mismo.

Elogio de la dialéctica,
de Bertolt Brecht.

La injusticia camina hoy con paso firme.
Los opresores se preparan para serlo durante diez mil años más.
La violencia asegura: "Todo seguirá tal y como está".
No se oye otra voz que la voz de los dominadores
y en los mercados grita la explotación: "Ahora es cuando empiezo".
Pero entre los oprimidos, muchos dicen ahora:
"Lo que queremos, jamás llegará".

Quien aún esté vivo no diga "jamás".
Lo seguro no es seguro.
No todo seguirá tal y como está.
Cuando hayan hablado los que dominan,
hablarán los dominados.
¿Quién puede atreverse a decir "jamás"?
¿De quién depende que siga la opresión? De nosotros.
¿De quién que se acabe? De nosotros también.
Quien haya sido derribado, ¡que se levante!
Quien esté perdido, ¡que luche!
¿Quién podrá detener a quien conoce su situación?
Pues los vencidos de hoy son los vencedores de mañana
y el jamás se convierte en "hoy mismo".


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