Un problema filosófico: movimiento y dialéctica (II)
Materialismo, dialéctica y dinámica.
En un post anterior, hablábamos del movimiento como
concepto filosófico, y de las dificultades teóricas que entraña.
Presentábamos la identidad y la transformación como problemas en la
historia de la filosofía, desde la Antigüedad: Heráclito,
Parménides, Aristóteles.
Ello nos condujo a hablar de la
concepción hegeliana de la dialéctica, en la que una Razón
preexistente vendría a realizarse (vendría a hacerse realidad) en
la historia a través de la serie fichteana tesis-antítesis-síntesis.
Apuntábamos, también, que la dialéctica hegeliana implica una
concepción teleológica de la historia, pues para Hegel es el
proceso de despligue de la Razón, y no la materialidad histórica,
la que determina cada etapa, cada avance y cada giro.
Sobre esa base, apuntamos entonces que, para Marx y Engels, la historia es un proceso en permanente transformación, que debe ser teorizado sobre la necesidad de invertir la dialéctica hegeliana.
Dialéctica y dinámica en la historia.
El movimiento es un elemento central en
Marx. Sin movimiento no hay proceso histórico posible; no hay
transformación; no hay etapas de la historia; no hay, en fin, paso
del capitalismo al socialismo.
Marx necesita poder explicar los
procesos históricos en una concepción dinámica de la historia,
esto es, no como algo que ocurre de manera fortuita (del feudalismo
surge el capitalismo, y no cualquier otra cosa), sino como el
resultado necesario de la realidad material. El movimiento
dialéctico, y más particularmente el concepto hegeliano de
contradicción, le permiten
dar ese salto: en el feudalismo ya está presente el germen de su
propia destrucción (el germen, si se quiere, de su propia negación),
a saber, la aparición paulatina de la burguesía en las ciudades que
se hará hegemónica a medida que avance el medievo; y el auge de la
burguesía implica la progresiva imposición de un nuevo modo de
producción (a saber, el modo de producción capitalista) muy
distinto al existente en los sistemas feudales, y que ya desde el
comienzo, también él, lleva en su seno el germen de su propia
destrucción: la transformación de múltiples capas sociales en las
ingentes masas de la clase proletaria, cuyo único medio de vida es
el trabajo asalariado, y cuyo ascenso se convierte en una amenaza
para la perpetuación del propio modo de producción capitalista.
En
efecto, en la concepción marxista de la historia hay una clara
inspiración en la dialéctica hegeliana, que se hace presente a lo
largo de toda la producción teórica de Marx y Engels. Ahora bien,
ello no significa que Marx y Engels fiaran la solidez de su
pensamiento a la dialéctica. Por el contrario, todo el trabajo de
investigación de Marx durante décadas, lejos de basarse en
postulados hegelianos, fue un arduo y minucioso estudio que, en
cierta medida, significó el nacimiento de la sociología como
ciencia.
Un largo trabajo sustentado, por un lado, en la crítica
de la economía política, no
como una supuesta ciencia general de las leyes económicas, ni como
una suerte de doctrina pragmática para la acumulación de riquezas,
sino como teoría sistematizada del modo de producción capitalista;
y, por otra parte, en la historia,
no como saber universal de los hechos pasados y la sucesión de
fechas y acontecimientos, batallas y reinados, sino como el
desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones de producción,
esto es, en definitiva, como el desarrollo de la lucha de
clases.
Nada, por lo demás, de reducir la economía y la historia
a las célebres triadas (tesis - antítesis - síntesis); nada de
postular negaciones y la negación de la negación; nada de la Razón
realizándose en la historia.
En el
trabajo teórico de Marx y de Engels es la realidad material la que
determina cada fase, y no un modelo abstracto preestablecido y
teolológico, como sería la dialéctica hegeliana. Así, en efecto,
cada sistema social, cada período, se definen por el grado de
desarrollo de las fuerzas productivas y por las relaciones de
producción; así también la historia, cuyo movimiento nunca fue
preestablecido (de ahí que Marx y Engels analicen el modo de
producción capitalista y no un futuro sistema socialista), sino que
viene determinado por las relaciones internas (las contradicciones)
que se dan en cada época.
Nada es eterno, ni tan siquiera el
capitalismo; todo es transitorio.
Un dinamismo no-hegeliano.
La dialéctica es, por tanto, una
herramienta teórica que emplean Marx y Engels para entender el
dinamismo propio de la historia. No obstante, cabe señalar las
dificultades que entraña el concepto mismo de materialismo
dialéctico. Piénsese que la
dialéctica (en Hegel) es pura forma, una suerte de molde vacío en
el que viene a insertarse la historia, produciéndose así sus
avances y retrocesos, sus sobresaltos, sus períodos de transición.
En este sentido, hablar de materialismo dialéctico puede sonar
incongruente, como si habláramos de una especie de materialismo
formalista (¿cómo podría ser posible semejante híbrido?).
Y
precisamente en ello consiste la "inversión de Hegel" que
Marx y Engels reclaman: tomar cuanto la dialéctica tiene de
dinamismo, sin verse forzado a tomar también todo lo que tiene de
teleológico (preexistencia del fin de la historia), idealista
(preexistencia de la Razón), formalista (preexistencia de las
triadas).
Así, leemos a Engels:
«las causas últimas de todas las modificaciones sociales y las subversiones políticas no deben buscarse en las cabezas de los hombres, en su creciente comprensión de la verdad y la justicia eternas, sino en las transformaciones de los modos de producción y de intercambio; no hay que buscarlas en la filosofía, sino en la economía de las épocas de que se trate.»
[Anti-Dühring, Sección tercera, II Cuestiones teóricas, Editorial Progreso, Moscú, p. 264.]
Aunque Hegel aparece nombrado (y defendido) en varias ocasiones a lo largo del Anti-Dühring, no hay en todo el texto algo parecido a la Razón desplegándose en la historia, o las triadas (tesis - antítesis - síntesis) que fijen de antemano el curso de la historia, sino únicamente el desarrollo de los modos de producción y de intercambio, que determinan la realidad material, los sistemas morales y, en fin, todo el orden social existentes en cada época.
Hablamos, por tanto, de una historia
puesta sobre su base material, en permanente transformación. Las
clases sociales, los modos de producción, las fuerzas productivas,
etc. no preexisten a la historia, sino que es el dinamismo de
los procesos históricos lo que hace que surjan y desaparezcan en
la historia.
Por ese
motivo, y en esa medida, la irreconciabilidad entre las clases
sociales, así como las contradicciones entre el modo de producción
capitalista y las relaciones de producción, permiten a Marx y Engels
entenderlas como relaciones dialécticas y antitéticas, pues
implican tanto una mutua oposición como el dinamismo que las hará
caducar, pero sin que haya en la lucha de clases algo parecido a una
dialéctica del amo y el esclavo como
la que establece Hegel.
Así,
la dialéctica, una vez puesta sobre la base material o, si se
prefiere, puesta sobre sus pies (y no cabeza abajo), representa la
mutabilidad de los tiempos, la caducidad de todas las cosas, el
cambio de base al que
se alude en la letra de la Internacional ("el mundo va a cambiar
de base / los nada de hoy todo han de ser").
También así
entiende Bertold Brecht la dialéctica: como el paso por el cual los
dominados toman la palabra y convierten el jamás en
hoy mismo.
Elogio
de la dialéctica,
de Bertolt Brecht.
La injusticia camina hoy con paso firme.
Los opresores se preparan para serlo durante diez mil años más.
La violencia asegura: "Todo seguirá tal y como está".
No se oye otra voz que la voz de los dominadores
y en los mercados grita la explotación: "Ahora es cuando empiezo".
Pero entre los oprimidos, muchos dicen ahora:
"Lo que queremos, jamás llegará".Quien aún esté vivo no diga "jamás".
Lo seguro no es seguro.
No todo seguirá tal y como está.
Cuando hayan hablado los que dominan,
hablarán los dominados.
¿Quién puede atreverse a decir "jamás"?
¿De quién depende que siga la opresión? De nosotros.
¿De quién que se acabe? De nosotros también.
Quien haya sido derribado, ¡que se levante!
Quien esté perdido, ¡que luche!
¿Quién podrá detener a quien conoce su situación?
Pues los vencidos de hoy son los vencedores de mañana
y el jamás se convierte en "hoy mismo".
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