Cartas a Lili (II)

04.01.2018

Querida Lili:

Qué extraño puede resultar todo algunas veces, ¿no es cierto? Más por causa del azar que por méritos propios, parece que las cosas no me van del todo mal en este último tiempo. Como sabes, ando ocupado en mis escritos, nada demasiado importante, nada que deba captar la atención de nadie, salvo la mía propia. Voy de las tareas cotidianas (la jornada de trabajo, los quehaceres diarios, los encuentros con amigos y familiares) a esta otra tarea de construir mundos ficticios y personajes imaginarios, de los que me sirvo para plantearme cuestiones, tratar de adelantar respuestas, cocinar viejos temas con mis propias recetas.

Estos años de atrás han sido duros. Las largas temporadas sin empleo y la amenaza constante de no encontrar el modo de ganarme la vida; y un mundo que asume valores repugnantes, neoliberales, podridos, como la idea de que lo natural es que toda acción se rija por la búsqueda de beneficios, o esa falsa dicotomía entre perdedores y ganadores, que no es sino la dicotomía entre quienes se ven orillados y quienes crean las orillas; medir las vidas de las personas en función de las posesiones materiales que logran acumular, como si no fuese la propia estructura social la que determina quién puede acumular y quién trabaja para subsistir; en fin, no voy a seguir dándote más ejemplos, sé que entiendes perfectamente a qué me refiero porque, de una u otra manera, tú también lo percibes como yo.
Han sido años duros. He pasado ese tiempo a expensas de mi familia, durante meses y sin atisbar una alternativa, como si me encontrara en medio de una mancha gris que ensombrecía cada una de mis acciones, que enturbiaba cada uno de mis pasos. Uno viene a sentirse como una especie marioneta extraviada, incapaz de dirigir sus propios movimientos. Llegué a plantearme si, llegado el caso, podría sobrevivir en unas condiciones de mendicidad. Llegué a plantearme que, antes de alcanzar la más cruda forma de miseria, acabaría con mi vida.
(Pero también, debo decir, aunque sea en un breve paréntesis, que esos años me sirvieron para reconciliarme con el lumpen-proletariado. Después de todo, cada cual únicamente hace lo que puede y se deja)

Ahora parece que ese tiempo ha terminado (digo que lo parece). Y es extraño. Y tiene algo de cómico. Hace un par de semanas casualmente me encontré con Irene. Te diré que ella no ha cambiado en nada: sonriente, tan simpática como siempre, con esa aura elegante como de bailarina de ballet clásico. Estos diez años que llevaba sin verla le sientan francamente bien. Estuvimos hablando un rato, me dijo que todo le va muy bien, que tiene un hijo pequeño, que cada dos semanas viaja a Estrasburgo porque trabaja para la Unión Europea. Yo le conté que había pasado ciertas dificultades en los últimos años, pero que me sentía bien, que esa década durante la que no nos habíamos visto me había dado más madurez y, quizás, me había hecho mejor persona. En un giro de la conversación, que no sé muy bien cómo ocurrió, Irene me dijo que veía en mí un cierto aire de mendigo bohemio. Yo me eché a reír (me acordé del famoso impermeable azul de Leonard Cohen). No sé si lo dijo por mi aspecto, o por mi alma. Sabes, y quizás era eso lo que percibió Irene, que siempre he tenido algo de estar como perdido, de no saber manejarme entre las cosas, algo como de no acomodarme a lugar alguno, algo de estar como en precario y como de prestado. Recordarás, quizás, aquella ocasión en la que me dijiste que soy la única persona que conoces capaz de estar incómodo en cualquier situación. Luego me hiciste una caricia con ternura, como si acariciases a un cachorro abandonado. En realidad, no sé muy bien a qué se refería Irene con esas palabras, mendigo bohemio. Pero creo que acaso no le falte razón.

Diría que las cosas ahora me van mejor, los años duros han terminado. Aunque sé perfectamente que posiblemente sea sólo de forma temporal, como perfectamente sé que, para muchos y muchas, los años duros no han quedado atrás: mientras el capitalismo siga imponiendo su orden mundial, la pobreza continuará diseminándose para mayor beneficio de una pequeña élite plutocrática. Quizás sea cierto que hay en mí algo de mendigo bohemio: ir de mis tareas cotidianas a esta otra vida de escritura, tan desértica como insospechadamente poblada; o quizás es tan sólo mi modesta forma de combatir al capital, en tanto no exista una lucha colectiva.
Mendigo bohemio. No suena mal para alguien que sabe que no es nadie. Qué sé yo. Es extraño cómo pueden resultar algunas veces las cosas, querida Lili.


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