Cartas a Lili (II)
Querida Lili:
Qué extraño puede resultar todo algunas veces, ¿no es cierto? Más por causa del azar que por méritos propios, parece que las cosas no me van del todo mal en este último tiempo. Como sabes, ando ocupado en mis escritos, nada demasiado importante, nada que deba captar la atención de nadie, salvo la mía propia. Voy de las tareas cotidianas (la jornada de trabajo, los quehaceres diarios, los encuentros con amigos y familiares) a esta otra tarea de construir mundos ficticios y personajes imaginarios, de los que me sirvo para plantearme cuestiones, tratar de adelantar respuestas, cocinar viejos temas con mis propias recetas.
Estos años de atrás han sido duros.
Las largas temporadas sin empleo y la amenaza constante de no
encontrar el modo de ganarme la vida; y un mundo que asume valores
repugnantes, neoliberales, podridos, como la idea de que lo natural
es que toda acción se rija por la búsqueda de beneficios, o esa
falsa dicotomía entre perdedores y ganadores, que no es sino la
dicotomía entre quienes se ven orillados y quienes crean las
orillas; medir las vidas de las personas en función de las
posesiones materiales que logran acumular, como si no fuese la propia
estructura social la que determina quién puede acumular y quién
trabaja para subsistir; en fin, no voy a seguir dándote más
ejemplos, sé que entiendes perfectamente a qué me refiero porque,
de una u otra manera, tú también lo percibes como yo.
Han sido
años duros. He pasado ese tiempo a expensas de mi familia, durante
meses y sin atisbar una alternativa, como si me encontrara en medio
de una mancha gris que ensombrecía cada una de mis acciones, que
enturbiaba cada uno de mis pasos. Uno viene a sentirse como una
especie marioneta extraviada, incapaz de dirigir sus propios
movimientos. Llegué a plantearme si, llegado el caso, podría
sobrevivir en unas condiciones de mendicidad. Llegué a plantearme
que, antes de alcanzar la más cruda forma de miseria, acabaría con
mi vida.
(Pero también, debo decir, aunque sea en un breve
paréntesis, que esos años me sirvieron para reconciliarme con el
lumpen-proletariado. Después de todo, cada cual únicamente hace lo
que puede y se deja)
Ahora parece que ese tiempo ha terminado (digo que lo parece). Y es extraño. Y tiene algo de cómico. Hace un par de semanas casualmente me encontré con Irene. Te diré que ella no ha cambiado en nada: sonriente, tan simpática como siempre, con esa aura elegante como de bailarina de ballet clásico. Estos diez años que llevaba sin verla le sientan francamente bien. Estuvimos hablando un rato, me dijo que todo le va muy bien, que tiene un hijo pequeño, que cada dos semanas viaja a Estrasburgo porque trabaja para la Unión Europea. Yo le conté que había pasado ciertas dificultades en los últimos años, pero que me sentía bien, que esa década durante la que no nos habíamos visto me había dado más madurez y, quizás, me había hecho mejor persona. En un giro de la conversación, que no sé muy bien cómo ocurrió, Irene me dijo que veía en mí un cierto aire de mendigo bohemio. Yo me eché a reír (me acordé del famoso impermeable azul de Leonard Cohen). No sé si lo dijo por mi aspecto, o por mi alma. Sabes, y quizás era eso lo que percibió Irene, que siempre he tenido algo de estar como perdido, de no saber manejarme entre las cosas, algo como de no acomodarme a lugar alguno, algo de estar como en precario y como de prestado. Recordarás, quizás, aquella ocasión en la que me dijiste que soy la única persona que conoces capaz de estar incómodo en cualquier situación. Luego me hiciste una caricia con ternura, como si acariciases a un cachorro abandonado. En realidad, no sé muy bien a qué se refería Irene con esas palabras, mendigo bohemio. Pero creo que acaso no le falte razón.
Diría
que las cosas ahora me van mejor, los años duros han terminado. Aunque sé perfectamente que posiblemente sea sólo de forma temporal, como perfectamente sé que, para muchos y
muchas, los años duros no han quedado atrás: mientras el
capitalismo siga imponiendo su orden mundial, la pobreza continuará
diseminándose para mayor beneficio de una pequeña élite
plutocrática. Quizás sea cierto que hay en mí algo de mendigo
bohemio: ir de mis tareas cotidianas a esta otra vida de escritura,
tan desértica como insospechadamente poblada; o quizás es tan sólo
mi modesta forma de combatir al capital, en tanto no exista una lucha
colectiva.
Mendigo bohemio. No suena mal para alguien que sabe que
no es nadie. Qué sé yo. Es extraño cómo pueden resultar algunas veces las
cosas, querida Lili.
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